YO, TONYA

DIRECCIÓN: Craig Gillespie
TÍTULO ORIGINAL: I, Tonya (2017)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Steven Rogers
FOTOGRAFIA: Nicolas Karakatsanis
MÚSICA: Peter Nashel
DURACIÓN: 120 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

En el tramo final de Yo, Tonya, Margot Robbie, quien interpreta a la patinadora olímpica caída en desgracia Tonya Harding, rompe la cuarta pared para resumir el escándalo previo a los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer que la involucraba en un ataque contra su principal rival en el hielo, la también estadounidense Nancy Kerrigan.

“Los estadounidenses quieren a alguien a quien amar y alguien a quien odiar. Y lo quieren fácil”. Básicamente sus palabras describen a un público y a un grupo de medios ávidos de historias sórdidas, lo que hizo sencillo hacer de ella una villana, en contraste con Kerrigan la modélica y candorosa princesa con los atributos que América deseaba mostrarle al mundo en una campeona.

Con esos elementos y con un formato de documental televisivo que intercala entrevistas de los involucrados, Craig Gillespie elabora una comedia negra que exhibe el abuso físico y verbal, pero también la hipocresía y el clasismo al que tiene que enfrentarse una joven llena de talento (Harding fue la primera mujer en lugar un triple axel en competencia), pero sin educación.

La cinta no busca redimir a su protagonista, sino simplemente tratar con algo de justicia a una mujer de escaso bagaje cultural que tomaba malas elecciones, maltratada desde la niñez por su madre, LaVona Golden (Allison Janney, con el Oscar en la bolsa), y víctima de violencia doméstica a manos de su exesposo Jeff Gillooly (Sebastian Stan), pero que encontraba en el hielo su única oportunidad de reconocerse como un ser humano valioso.

Con un montaje notable en las secuencias filmadas sobre la pista y cortes precisos que permiten mantener la ilusión de las competencias de patinaje artístico, Gillespie lleva Yo, Tonya hasta los límites de la tragicomedia, rozando por momentos lo inverosímil, pero que no deja de hundir el cuchillo en esa América que parece tener a Disney como referente de los “ valores genuinamente americanos” y execra el talento que no venga envuelto en los tules de las princesas perfectas.

 
 
 
 
       

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