WHIPLASH

DIRECCIÓN: Damien Chazelle
TÍTULO ORIGINAL: Whiplash (2014)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Damien Chazelle
FOTOGRAFÍA: Sharone Meir
MÚSICA: Justin Hurwitz
DURACIÓN: 107 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hay un momento apenas pasada la primera hora de Whiplash, cuando su protagonista Andrew (Miles Teller), baterista de la orquesta de jazz del conservatorio Shaffer, se derrumba mientras toca una pieza. Por segundos la toma se queda sobre uno de los platillos donde el estudiante ha dejado sangre, sudor y lágrimas. No es un vulgar cliché; la secuencia remata las semanas de práctica de un joven, con un talento por encima del promedio, que ha sido llevado al límite por Terrence Fletcher (J. K. Simmons, grandioso), un profesor que presiona a sus estudiantes a lograr la perfección por la vía del abuso verbal y físico.

El director Damien Chazelle no elabora con Whiplash una pieza inspiracional al uso. Profundamente subversiva, su película defiende, a través de la música y con la mayor crudeza, el más genuino de los inconformismos para una época marcada por la comodidad y la fama instantánea: trabajo en busca de mejorar, trabajo y más trabajo.

Chazelle toma en sus manos una historia en la que la música es central, pero en la que no hay un solo respiro, en la que no hay otra cosa que disciplina, práctica, frenesí. Y su crítica, expresada a través del feroz Fletcher, no podría ser más clara: el mundo se priva de un nuevo Charlie Parker o un nuevo Louis Armstrong cada vez que aplaude la mediocridad y se contenta con los discos de jazz que se venden en Starbucks. No hay en nuestro idioma más palabras dañinas que “buen trabajo”, dice.

Así, el único camino para su protagonista es la renuncia a todo aquello que interfiera en su camino a ser uno de los más grandes en la música; ningún apego, nada que no sea exigirse más, aunque al final su arte sea apreciado por muy pocos seres humanos. El trayecto a la interpretación de cada gran pieza es brutal, física y emocionalmente desgastante, una prueba de resistencia entre el percusionista y su maestro por el encontrar el maldito tempo de cada composición.

El resultado en la construcción de escenas musicales es apabullante, un trabajo colectivo que comienza con la conducción artística de Chazelle y la cámara de Sharone Meir, pero que termina de tomar fuerza y autenticidad en el notable trabajo hecho en la sala de edición. Cuando el último golpe de percusiones suena, uno se encuentra de pie, rendido.

 
 
 

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