LA VIDA LOCA

DIRECCIÓN: Christian Poveda
TÍTULO ORIGINAL: La vida loca (2008)
PAÍS: España, El Salvador, Francia, México
GUION: Christian Poveda
FOTOGRAFIA: Christian Poveda
MÚSICA: Sebastian Rocca
DURACIÓN: 90 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Cámara en mano, el fotógrafo Christian Poveda pasó los últimos tres años de su vida en El Salvador, metido en el populoso barrio de La Campanera, en Soyapango, donde hizo contacto con la pandilla conocida como Barrio 18, a cuyos miembros fotografió y luego filmó para su documental, La vida loca, por el cual un grupo de dieciocheros lo asesinó el 2 de septiembre de 2009.

Sin nada más que una breve explicación inicial que habla de la guerra entre La Dieciocho y la Mara Salvatrucha, de la devoción al clan ante la falta de una familia, la cinta de Poveda es una crónica acerca del fracaso de las políticas sociales para atacar la marginación, las medidas represivas para detener la violencia y la imposibilidad de la readaptación para miles de jóvenes pandilleros para los que sólo espera la prisión y la muerte.

A lo largo de 16 meses, el director franco-español se involucró y siguió a un grupo de jovenes a quienes exhibe en su voluntad de salir de la violencia, de levantar proyectos generadores de empleos para el barrio, pero también en su faceta violenta y delictiva, evitando usar sus rituales como espectáculo, acercándose a ellos sin prejuicios, como seres humanos, pero también sin hacerles concesiones.

Los rostros tatuados, el elemento más repelente para el espectador que se acerca al fenómeno de la mara, pasa muy pronto a un segundo plano. El shock viene de penetrar en la vida de una docena de pandilleros, de conocer su entorno familiar e incluso el laboral; todo para ser testigos de un corte abrupto: una pantalla en negro y tres disparos, como anuncio de que al segundo siguiente cada uno de esos dieciocheros que conocemos aparecerá sobre una plancha o dentro de un ataúd.

Visto desde fuera, este relato realista de Poveda parece lleno de una desesperanza que se contagia. A lo largo de su cinta, los esfuerzos (casi siempre fallidos) para cambiar la dinámica de violencia y muerte vienen desde los integrantes de las mismas pandillas, en tanto que el Estado y las policías aparecen como sancionadores, cuando no como acosadores y obstáculos de iniciativas.

Es evidente que los personajes con los que el realizador hizo amistad al llegar a La Campanera no eran ya los mismos al terminar su documental, pues la mayoría de ellos había muerto o había recibido sentencias largas. Cuando al final del filme se escucha a uno de los más moderados mascullar una frase de venganza contra el asesino de una compañera y vemos a un jovencito recibir su bautizo de iniciación, no hay más que desazón. Ahí comienza todo de nuevo.

 
 
 
 
       

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