LA VIDA DE ADÈLE

DIRECCIÓN: Abdellatif Kechiche
TÍTULO ORIGINAL: La vie d'Adèle (2013)
PAÍS: Francia, Bélgica, España
GUION: Abdellatif Kechiche, Ghalia Lacroix; adaptación de la novela gráfica Le Bleu est une couleur chaude, de Julie Maroh
FOTOGRAFÍA: Sofian El Fani
MÚSICA: Jean-Paul Hurier, Elise Luguern
DURACIÓN: 179 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Adèle no lo sabe, pero en La vida de Marianne, la novela de Pierre de Marivaux que lee en su clase de literatura, hay un presagio. En un pasaje del libro, un par de jóvenes se cruzan en el camino y espontáneamente intercambian miradas; algo nace en ese momento, la certeza del amor a primera vista, la seguridad de que algo falta en su corazón. Semanas más tarde, Adèle (Adèle Exarchopoulos) experimentará la misma sensación, en el medio de una calle, donde una chica de cabellos azules llamada Emma (Léa Seydoux) llama su atención.

El despertar amoroso de Adèle es un despertar apasionado, casi desbocado; toda ella es un desastre emocional que florece cuando por fin encuentra a alguien que la contiene, que encausa sus dudas y le da el sentido de pertenencia en un medio que le resulta ajeno, hostil. La joven se entrega por completo, con la ingenuidad de alguien a quien no le han roto el corazón, que no ha tenido que cerrar una etapa, seguir adelante, desapegarse.

La cinta de Abdellatif Kechiche propone una intimidad sin paralelos, no sólo por la secuencia del primer encuentro sexual entre ambas chicas, la más genuinamente viva y explícita que se haya filmado en mucho tiempo, sino por esa narración en primer plano, que continuamente se apoya en el close up, buscando un trazo de vulnerabidad de su protagonista en un pliegue cerca de la boca, o una emoción en los ojos. En síntesis como dice Sartre (citado aquí por uno de los personajes) “la misteriosa debilidad del rostro humano”.

El acto segundo es un poco más duro porque trasciende la etapa del descubrimiento para centrarse en la evolución de la relación y aportarle verdad a esa temprana fiesta juvenil que suena a "I Follow Rivers". Las diferencias entre ambas se profundizan merced a sus mundos; Adèle tiene que cambiar para pertenecer al de Emma, donde se discuten temas como la morbosidad en la obra de Egon Schiele y donde la realización personal es material de galería.

Las dos actrices a las que Kechiche ha encargado todo este trabajo hacen insoportables los últimos compases de la cinta, porque desnudan la tristeza perpetua de su protagonista, quien no termina de conocerse y no sólo no sabe enfrentar el dolor profundo de la pérdida de alguien a quien amó diez años, sino que tiene que aprender a vivir con la idea de que al otro le fue más fácil, que logró pasar la página, recomenzar y olvidar. Tan expresiva, tan cercana y tan conmovedora.

 
 
 
 
 
       

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