Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Aunque el tiempo ha terminado por darle su lugar dentro de la saga de Star Wars, en una primera mirada, el Episodio III: La venganza de los Sith aparece como el ejercicio más afortunado de los tres filmados por George Lucas para esta trilogía, aunque sigue sin estar a la altura en lo que se refiere a la dirección de actores y la solidez del guion.

Hasta antes de la primera escena de esta película habrán pasado tres años desde el inicio de la guerra de los clones —cuya génesis vimos en el Episodio II— y el supremo canciller Palpatine aparecerá prisionero del Conde Dooku. Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker —este último ya convertido en caballero Jedi— se embarcan en una desesperada e improbable misión de rescate para liberar a Palpatine y acabar con el General Grievous, líder del ejército droide a las órdenes de Dooku.

A partir de ese punto, la historia teje la caída del joven Skywalker, seducido por las posibilidades que parecen abrírsele como aprendiz de Palpatine, quien se revela como el señor de los Sith, Darth Sidious e intenta seducirlo para que se deje conducir al lado oscuro.

A diferencia del Episodio II, el lazo entre los dos Jedis es más visible. La pérdida que sufre Obi-Wan Kenobi de Skywalker tiene su carga dramática, pero Hayden Christensen no hace un mejor trabajo con su papel; los cambios en su carácter parecen gratuitos y su transformación en un personaje cruel y tiránico no parece parte de un proceso lento de degradación de un personaje noble.

“Decir que Hayden Christensen parece tieso es un insulto a las marionetas”, escribía Peter Travers, de Rolling Stone, en su crítica a la cinta. Y es que la actuación del actor canadiense es alarmantemente dispareja sobre todo en lo que se refiere a los contrastes en la personalidad del joven Jedi, sin guía aparente de un George Lucas, cuya mayor apuesta está en los efectos especiales y en una espectacularidad que no se permite secuencias elaboradas con sencillez y simple trabajo actoral.

Mucho más logrados resultan algunos momentos de Ewan Mc Gregor (particularmente durante el enfrentamiento final con su aprendiz), Natalie Portman, e Ian McDiarmid, quien interpreta un doble papel sobresaliente, primero, como el embaucador canciller, y más tarde convertido en el Sith que impone la paz como jefe absoluto. El filme se torna oscuro por momentos; los muertos aparecen, la brutalidad de la nueva dictadura establecida por Palpatine es más evidente y la cacería de caballeros Jedi y el exterminio de su orden tienen un tono amargo.

A diferencia del resto de la saga de Star Wars, el gran combate aéreo que generalmente cierra las cintas, aparece esta vez al inicio del filme, en una secuencia delirante, desordenada y saturada en elementos visuales. Asimimo los intensos combates con sable láser que definen el curso de la historia se notan sobrecargados y realizados con excesivos efectos especiales que terminan por embotar la percepción. La pelea que da origen a la figura de Darth Vader está desarrollada por completo en el sistema Mustafar, un planeta volcánico, lo que lleva a reprochar al director su excesiva confianza en los gráficos generados por computadora que por momentos convencen muy poco y restan realismo a la secuencia.

Así, lo que en La amenaza fantasma fue un gran combate muy mal cerrado entre Obi-Wan Kenobi y Darth Maul, en el Episodio III el final se prolonga en exceso sin tensión dramática en un escenario en el que el maestro debe acabar con su aprendiz. Es difícil pensar en La venganza de los Sith como el puente perfecto entre esta trilogía y la anterior y uno se pregunta si 28 años de espera entre ésta y Star Wars de 1977 valieron la pena. Habrá que esperar a que las aguas se asienten, pero George Lucas no es el realizador que necesita esta aventura que él irónicamente creó.