SIN RASTROS

DIRECCIÓN: Gregory Hoblit
TÍTULO ORIGINAL: Untraceable (2008)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Robert Fyvolent, Mark R. Brinker, Allison Burnett
FOTOGRAFIA: Anastas Michos
MÚSICA: Christopher Young
DURACIÓN: 101 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Sujetos de buena posición económica y escaso nivel cultural envenenan todos los días a millones de personas. Poseen dinero para promoverse y una moral flexible que les permite justificar abusos, fraudes y crímenes —siempre que el culpable sea de los suyos—, lo mismo que encabezar comités de sanidad moral que devienen cruzadas contra ciertos contenidos de televisión, los videojuegos e internet.

Sin dejar de reconocerle varios méritos —que indudablemente los tiene—, Sin rastros es una de las condenas más agresivas contra internet y uno de los manifiestos moralistas más hipócritas sobre cómo la sociedad moderna se complace de atestiguar violencia real como un espectáculo.

Jennifer Marsh (Diane Lane) es una agente de la unidad de crímenes cibernéticos del FBI, quien pasa las noches identificando y ubicando a defraudadores y pedófilos en línea. Durante uno de sus turnos, una llamada de denuncia pide a su división prestar atención al sitio Killwithme.com, en el que un gatito es torturado en vivo; conforme el número de visitas se eleva, la tortura al animal se incrementa hasta matarlo.

Una semana después, el sitio —que para las autoridades resulta irrastreable— comienza a mostrar víctimas humanas que son torturadas de distintas maneras hasta la muerte, sólo que esta vez queda más claro que el ejecutor ha echado a andar una cruel broma, pues usa el morbo de la gente para sus fines. Entre más curiosos ingresan al sitio, más castigo recibe el tipo en turno y más rápido muere.

Cada línea en el guion de Sin rastros es una justificación del comportamiento psicopático de un sujeto, que lo único que hace —al menos eso se puede concluir— es tomar venganza de una sociedad que lo ha tratado mal. Los culpables del desagradable espectáculo son los cibernautas, esos enfermos voyeurs sin valores morales que visitan cualquier sitio, de modo que arribamos a una conclusión imbécil, pero lógica para los imbéciles: si nadie viera televisión violenta, jugara videojuegos o navegara por sitios "inmorales", la tasa de crímenes bajaría dramáticamente.

La superioridad moral de los redentores de las buenas costumbres de la sociedad casi siempre tiene ese tufo de doble moral (valga la redundancia). El filme es un producto de ingenioso sadismo, de violencia suficientemente gráfica para inquietar en varios momentos, pero, claro, sus realizadores no toman ninguna responsabilidad por ello. Más aún, son bastante cínicos para no cuestionar esto en lo absoluto, pero sí decirnos cómo les repugnamos por ver cine que jamás dejarían ver a sus hijos.

Existe la posibilidad de que esta lectura de Sin rastros sea realmente excepcional entre la audiencia. Muchos encontrarán en ella una ambiciosa historia de suspenso, con elementos que la ubicarían en medio de cintas de serial killers como Seven y Saw. El juego del miedo. Sin embargo, no se necesita más que teclear en el navegador la dirección de Kill whit me para recibir el siguiente sermón: "Visitar este sitio podría lastimar a gente inocente. ¿Aún desea entrar?" Cuando uno escoge sí, entonces se lee "El 91% ignoró la advertencia. ¿Dónde está su moral?"

Lo dicho, la gente decente apesta.

 
 
 
 
       

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