Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Y de pronto un día, al llegar a la madurez, tras años de haber sido la sirvienta de un marido y de un par de hijos, una mujer insatisfecha decide liberarse e iniciar una actividad en la que no sólo encuentra espacio y tiempo para sí misma, sino que encuentra su propio valor en algo sencillo para lo cual es realmente buena.

Rompecabezas, ópera prima de la argentina Natalia Smirnoff se asoma al cumpleaños 50 de María del Carmen (María Onetto), una madre y esposa bonaerense, para quien los días se agotan en trabajar y mantener contento a un hombre que la subestima (Gabriel Goity), mientras sus hijos empiezan a compararla y desautorizarla. Sin embargo, su naciente afición a armar rompecabezas la hace sentir extrañamente viva, apreciada por otros, incluso deseada en un plano lúdico.

Así, la mujer comienza una relación casi clandestina con los rompecabezas, de la cual su familia no puede conocer los detalles. La realizadora introduce diálogos y situaciones que podrían encajar perfectamente en una naciente relación adúltera o en una transacción de compra-venta de sexo, incluidos algunos pasajes de celos entre amantes.

La película rehusa, sin embargo, las respuestas obvias; la protagonista es querida por su familia, así que no es el desdén y el abandono lo que la hacen fascinarse con los puzzles. En todo caso, María del Carmen descubre varias de las piezas que al mismo tiempo que la individualizan, la completan y la hacen por fin ganarse su lugar en el entorno cotidiano y familiar al que pertenece.

El resto lo ponen tres elementos: la música de Alejandro Franov sin la cual no es posible entender este filme lúdico, la actuación llena de matices de la taciturna María Onetto y la cámara de la directora que elige estar encima de sus personajes para ofrecer quizás no los encuadres más limpios pero sí intimidad y cercanía con ellos, haciéndola una cinta sobresaliente.