RABIA

DIRECCIÓN: Sebastián Cordero
TÍTULO ORIGINAL: Rabia (2009)
PAÍS: España, Colombia
GUION: Sebastián Cordero; basado en la novela Rabia, de Sergio Bizzio
FOTOGRAFÍA: Enrique Chediak
MÚSICA: Lucio Godoy
DURACIÓN: 89 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

En las escenas finales de Rabia, su protagonista, José María (el mexicano Gustavo Sánchez Parra), luce delgado, estragado por la enfermedad y acaso el hambre. En el que quizá sea el momento más sobrecogedor de todo el filme, el hombre se sincera y le pide perdón a su novia Rosa (Martina García) porque no conoce su apellido, porque no sabe ni la fecha de su cumpleaños. "¿Acaso importa?", pregunta ella.

La secuencia se siente honesta, no sólo por la forma en que la cámara penetra ese momento de intimidad, sino porque Sánchez Parra (con 14 kilos menos respecto al inicio de la película) deja todo en ella como colofón de una historia en la que los vínculos más sólidos se establecen entre personajes que que no se ven ni se tocan.

Adaptación de la novela homónima de Sergio Bizzio, el relato se ubica en algún punto de España, donde José María, un trabajador de la construcción sin documentos, mata por accidente al capataz de la obra en la que labora, en un arrebato de furia, pero en lugar de huir, se esconde en un rincón de la mansión de la familia para la que trabaja su novia Rosa, un lugar enorme, de habitaciones deshabitadas y polvosas.

Claustrofóbica en algunos tramos, la cinta acusa cierta falta de contundencia en momentos decisivos, pero establece contrastes claros e importantes a nivel de sus personajes. Por un lado, los ocupantes habituales de la casona, emocionalmente distantes y ajenos incluso a lo que sucede ahí dentro. Por otro, el tono amoroso y preocupado de la pareja de extranjeros, a quienes los separan (ella no lo sabe) apenas unos metros.

José María se vuelve un mero observador frustrado de la vida de su novia, consumido en su escondite por todo lo que no alcanza a ver y lo poco que llega a sus oídos. Pero Sebastián Cordero prefiere acercarse al personaje no desde las explosiones de rabia que lo llevan a terminar escondido en el desván, donde vive con una solitaria rata, sino desde el ahogo que experimenta al perder su humanidad, sin contacto con el mundo.

Quizá por eso, el final venga acompañado de un largo plano secuencia en el que el director nos lleva fuera de la casa como si todos necesitásemos tomar aire.

 
 
 
 
       

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