QUEMAR LAS NAVES

DIRECCIÓN: Francisco Franco Alba
TÍTULO ORIGINAL: Quemar las naves (2007)
PAÍS: México
GUION: Francisco Franco Alba, María Reneé Prudencio
FOTOGRAFIA: Erika Licea
MÚSICA: Alejandro Giacomán
DURACIÓN: 100 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Arriesgada en sus tópicos, lo que la salva completamente de la mediocridad, la ópera prima de Francisco Franco, Quemar las naves, abreva en demasía del trabajo de Jaime Humberto Hermosillo, lo que impide ver —digámoslo así— qué tan lejos es capaz de llegar solo este director debutante.

De este experimento, sin embargo, habría que apuntar como el mayor acierto, el protagónico dejado en manos de Irene Azuela, quien interpreta a Helena, una chica que ha dejado la escuela para tomar las riendas de la casa y cuidar de Sebastián (Ángel Enésimo Nevares), su hermano menor, mientras su madre muere de cáncer.

Aislada, pero nunca una tonta, dedicada a tareas como organizar las compras y vigilar los cuidados de su madre, la chica desarrolla a partes iguales una personalidad severa y un apego poco sano por su hermano, un preparatoriano en exceso infantil, que pese a todo parece tener talento artístico.

Quemar las naves entra en territorios delicados como el incesto y otros menos perturbadores (o cada vez más comunes, debería decir) como el elogio que hace la Iglesia de los homosexuales que se esconden en el clóset del matrimonio heterosexual. Para fortuna del trabajo, Franco y su directora de fotografía han encontrado en Zacatecas un escenario que les ha permitido eludir la filmación en la Ciudad de México, hoy convertida en la capital del cliché.

El centro de la historia está puesto en un mundo adolescente torpe, miedoso e impulsivo que adquiere relevancia sólo si se le contrasta con la vida de la muchacha que ha tenido que volverse adulta, brincándose toda una etapa de juventud en la que los escarseos amorosos, las salidas al cine y las amistades no existieron.

Esta idea de quemar las naves, romper con lo que se deja atrás para poder irse y empezar de nuevo, aplica a ella, a la novicia que se enamora y abandona sus votos, e incluso al joven hijo del cantinero que se siente asfixiado en una ciudad que no es el lugar donde quiere estar. Difícilmente es un concepto que se ajuste al personaje de Sebastián —probablemente el único personaje mal actuado—, que no es sino un niño sin carácter y sin ideas muy claras del amor.

Franco —hay que decirlo— busca incomodar a través de ciertos tabúes, pero afortunadamente evita ponerlos en perspectiva con los prejuicios de ciertos sectores de la sociedad. En su filme no existen voces que estigmaticen y censuren desde un punto de vista meramente moral. De hecho, se toma con bastante humor la imposibilidad de algunos hijos de la alta sociedad para dejar todo y comenzar en otro lado, ya sea porque carecen de pasiones significativas o porque su esquema de vida les impide ir solos a cualquier lado.

Con apenas 35 copias para su estreno, Quemar las naves es la primera incursión en el cine de un hombre que necesita encontrar su propia voz; ser más él y parecerse menos a sus influencias. Al margen del notable trabajo de Alejandro Giacomán en la música, lo que sí me parece lamentable desde cualquier punto, es que notas de prensa sobre la película estén siendo dedicadas por completo a Julieta Venegas —que participa cantando una pieza— y su pop de flojera.

 
 
 
 
       

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