PRINCESAS

DIRECCIÓN: Fernando León de Aranoa
TÍTULO ORIGINAL: Princesas (2006)
PAÍS: España
GUION: Fernando León de Aranoa
FOTOGRAFÍA: Ramiro Civita
MÚSICA: Alfonso de Vilallonga, Manú Chao
DURACIÓN: 113 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hace cuatro años, en Los lunes al sol, Fernando León de Aranoa construyó un hermoso y agridulce relato sobre la desdicha. Con Princesas, el realizador español nada a la otra orilla con una historia sobre los pequeños sueños que siguen a dos bellas prostitutas de Madrid y los planes que existen tras su empeño por reunir dinero.

Sin embargo, más allá de que numerosas reseñas lo han mencionado, lo suyo no puede llamarse cine social. Sus cintas no hablan de conflictos sociales, sino de seres humanos individualizados y sus problemas. En realidad, León de Aranoa no parece querer cambiar el mundo ni reivindicar causas; las putas de su historia no son merecedoras de poéticas canonizaciones ni de lamentaciones sociológicas, lo que las humaniza antes que convertirlas en objeto de compasión.

Caye (Candela Peña), por ejemplo, es una chica local que se contrata por teléfono y a la que nunca le ha pasado nada bueno. Habla con una vehemencia increíble de sus deseos, pero su educación sentimental está tan poco desarrollada que confunde sus aspiraciones como mujer con la nostalgia por cosas no vividas. De ahí que entienda el amor como un acto tan sencillo como el que alguien vaya a buscarte a la salida del trabajo.

Zulema (Micaela Nevárez), en cambio, viene de República Dominicana y ha tenido que dejar a su madre y su hijo en Santo Domingo para trabajar como callejera en Madrid, haciéndole la competencia a las chicas locales a quienes las migrantes no les hacen la menor gracia. Brutalmente golpeada por el tipo que le ha prometido papeles de trabajo o lastimada por la distancia con su mundo, Zulema está lejos del prototipo de la puta con principios morales que lleva su oficio como una loza y que busca redención en la honesta tarea de besar escapularios o llevar flores a la Virgen en su día de descanso.

De ahí que la amistad entre ambas mujeres nazca de su afinidad como mujeres y no de lo que hagan trabajando, aunque ello también forme parte de sus conversaciones. La una ve en la otra cosas que le agradan, su ropa, su cabello, su capacidad de solidaridad... Lo de "princesas" no es tampoco algo que el director les regale, sino una pequeña gran afirmación de amor propio durante una noche en que ambas se descubren felices y deslumbrantes.

Acierta León de Aranoa cuando afirma que las chicas de las que habla su historia podrían ser cajeras de un supermercado de la misma forma en que son prostitutas. Nadie elabora discursos en favor o en contra de las primeras, así que él no lo hace con estas últimas. Así, con cierta dosis de drama, pero sin tremendismos, su cinta es una fiesta de dos estupendas actrices, de cuyo trabajo cualquiera se sentiría orgulloso, y una banda sonora con música de Manú Chao que nunca había sonado tan bien.

Como en la mencionada Los lunes al sol, donde Santa, el personaje interpretado por Javier Bárdem hablaba de las antípodas como un refugio contra la desesperanza, aquí Caye habla de un mundo en el que las princesas existen y se parecen a ellas: "Las princesas son tan sensibles que notan la rotación de la tierra; por eso se marean tanto... son tan sensibles que si están lejos de su reino se enferman y hasta pueden morir de tristeza".

A partir de detalles como éste, no puede negarse que el realizador ha impreso excesivo lirismo en muchos de sus diálogos o que algunas situaciones son características por su idealismo. No obstante, el conjunto sobrevive; no hay personajes que no puedan ser extraídos de entre los hombres y mujeres existentes del mundo real, no hay frase que pueda ser desechada como increíble porque casi todas son ideas expresadas en voz alta, lo que las hace invulnerables.

Al final de Princesas, no sabremos por qué Caye se dedica a la prostitución ni veremos nada más allá de una conversación telefónica de Zulema con su hijo; no hay reencuentros llenos de efusión ni amores de último minuto. Eso es lo que separa a este realizador español del cine social; sus personajes son responsables de sí mismos y eso está por encima de cualquier idea sobre la justicia o cualquier discurso sobre desigualdad y falta de oportunidades.

Como nunca, parece increíble que el timbre de un teléfono celular logre que el corazón dé un vuelco o que la esperanza de encontrar a alguien a salida del trabajo signifique tanto en función de las aspiraciones de un ser humano. Créanme, en esta película hay más de lo que su permanencia en la cartelera pueda decir de ella.

 
 
 
 
 
  

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