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Juan Carlos Romero Puga| @jcromero
En el cine de Pedro Almodóvar hay obsesión y fascinación por el mundo femenino, historias alteradas cruzadas por cierto fatalismo esperpéntico y neurosis de sus protagonistas. Sin abandonar uno solo de sus elementos, La piel que habito es una suerte de moderna reinvención del relato del monstruo de Frankenstein, sólo que esta vez, la criatura es una obra casi perfecta a la cual han contribuido la medicina regenerativa, la cirugía estética y diseñadores como Jean-Paul Gaultier, Christian Dior y Chanel.
Antes que una gran historia, que en este caso exhibe fisuras e inconsistencias, Almodóvar se centra en desarrollar una propuesta estética, notable en cada secuencia, en cada cuadro. A la cinta no le bastan las elipsis para dar congruencia cabal a lo que vemos, un relato sobre la venganza de un loco, que se consuma no desde la destrucción o el asesinato del ser odiado, sino desde el extremo opuesto.
Ahí, en el centro de su historia está Robert Ledgard (Antonio Banderas), un brillante médico marcado por la muerte de su esposa y obsesionado con crear, a través de la transgénesis, piel resistente incluso a las quemaduras severas. Con sobrada audacia e intensidad dramática que intenta en todo momento tocar las entrañas del espectador, el director manchego recurre a la narrativa fracturada y las distintas perspectivas para dar complejidad a un guion cuya principal vuelta de tuerca se adivina antes de tiempo.
El principal rol femenino, a cargo de Elena Ayala es curiosamente el personaje más reposado de este relato, o por lo menos el único capaz de conocerse a sí mismo y lograr completa calma, aun sometida al dolor y al encierro. Vera (su nombre en la cinta) tiene una belleza y una expresividad que Almodóvar parece haber buscado de manera intencionada para accionar los resortes de la aversión en su público más conservador.
Poblada de personajes improbables —aun en un carnaval— y situaciones que sólo pueden verse con incredulidad, La piel que habito es una provocación de su director y un manifiesto sobre la identidad sexual y artística. Una que duele intensamente, la otra que libera. |
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