YO LOS DECLARO MARIDO Y LARRY

DIRECCIÓN: Dennis Dugan
TÍTULO ORIGINAL: I Now Pronounce You Chuck & Larry (2007)
PAÍS: Estados Unidos
GUIÓN: Barry Fanaro, Alexander Payne, Jim Taylor
FOTOGRAFÍA: Dean Semler
MÚSICA: Rupert Gregson-Williams
DURACIÓN: 115 minutos

 
       

Julio A. Quijano Flores

Pensemos en Luces de la ciudad, de Charles Chaplin. Recordemos aquella escena en que la vendedora de violetas ciega confunde al vagabundo Charlot con un millonario. Las situaciones de humor y dramatismo de toda la cinta penden de esa secuencia. Chaplin lo sabía y dedicó semanas enteras a cavilar cómo sucedería dicha confusión. Cuando finalmente encontró una solución convincente, se ocupó de filmarla con la precisión de matemático: justo cuando Charlot da vuelta en una esquina, un auto de lujo se detiene frente a la vendedora de violetas y su dueño desciende con un portazo y se aleja tirando las llaves. Ella ofrece las violetas pero no alcanza al millonario sino al vagabundo quien ha recogido las llaves. Son segundos que dan cuenta de genialidad y sostienen con firmeza los enredos que suceden durante la hora y media que dura la película.

Ahora pensemos en Yo los declaro marido y... Larry, con Adam Sandler y Kevin James. Veamos la escena en la que Chuck y Larry deciden casarse. Todas las situaciones de humor y dramatismo de la película penden de esa secuencia. ¿Qué encontramos? Una perorata moralista a favor de la amistad, un chiste soso y para rematar, cuatro porristas canadienses que aparecen en calzones a buscar cerveza en el refrigerador. Larry acepta en un minuto el chantaje lacrimógeno de casarse con su amigo Chuck mientras una doctora se suma a las porristas para tomar cerveza y juguetear con un bastón. Son segundos que dan cuenta de la poca altura de miras de la comedia en que ha caído Adam Sandler, ahora dirigido por Dennis Dugan.

En resumen, Larry (Sandler) y Chuck (James) son dos bomberos. El primero es un macho recalcitrante con bastante éxito para conquistar mujeres (todas ellas dispuestas a satisfacer deseos sexuales que en algunos países son considerados delito) y el segundo es un viudo con dos hijos y a punto de perder los beneficios de la seguridad social. Para conservar dichos privilegios, Chuck se casa con Larry. Ante la posibilidad de ser descubiertos y demandados, buscan la ayuda de Alex McDonough (Jessica Biel) una abogada que ¡oh, sorpresa! es bonita y de piernas largas.

Concedamos que la premisa puede provocar ciertos enredos divertidos. Concedamos que a alguien puede parecerle sexualmente gracioso que Sandler agarre los pechos de Biel, que dos gemelas se den un beso o que un fortachón declare su homosexualidad ante sus compañeros bomberos mientras recoge el jabón. No digamos que son chistes tan viejos que ya los vimos hasta el cansancio en otras películas.

No lo digamos, pero en cambio, pensemos otra vez en Luces de la ciudad. Ahora en su final: provocador, desafiante y políticamente incorrecto. Sí, la violetera recupera la vista y reconoce a Charlot, pero en su rostro no hay un final de feliz romanticismo, sino emotivo, políticamente incorrecto y, si se quiere ser profundo, crítico de la ingenuidad de la sociedad estadounidense.

Veamos ahora el final de Chuck y Larry: moralino, didáctico, predecible y, si se quiere ser profundo, inflamado del nacionalismo tan dado a suponer que Estados Unidos es un paraíso con permiso para exportar su felicidad a través de la guerra. La película termina con un juicio políticamente correcto en el que cada personaje encuentra un final feliz políticamente correcto: Chuck conserva los beneficios de seguridad social, Larry baila una canción romántica con Jessica Biel, el bombero que recién salió del clóset se casa en Canadá, y el estado de Nueva York obtiene fondos para su lucha contra el sida, mediante un pacto legal para que Chuk y Larry posen en un calendario medio desnudos. Las fotos, por cierto, son políticamente correctas.

Luces de la ciudad se filmó hace 76 años. Descubrirla y redescubrirla sigue siendo una experiencia de humor e inteligencia. Ya retirado del cine, Chaplin se preocupaba de que con el tiempo sus películas dejaran de ser graciosas o perdieran la fuerza de su razón crítica.

Adam Sandler no se preocupa de eso. Y si se preocupa, no debería: dentro de 76 años nadie se reirá ni se acordara de esa escena donde nalguea a Kevin James, o donde el cartero se lo alburea o donde... ya no me acuerdo.
 
 
 

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