EL MARIACHI GRINGO

DIRECCIÓN: Tom Gustafson
TÍTULO ORIGINAL: Mariachi gringo (2012)
PAÍS: Estados Unidos, México
GUIÓN: Cory Krueckeberg
MÚSICA: Tim Sandusky
FOTOGRAFÍA: Kira Kelly
DURACIÓN: 107 minutos

       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Durante 29 años, Edward (Shawn Ashmore) ha aparentado ser algo que no es, ha vivido negándose a sí mismo y ocultándoselo a sus padres. Sufre por ello y toma antidepresivos para intentar manejarlo. Después de tres margaritas en un restaurante mexicano, el joven por fin está listo para gritarle al mundo no sólo que le gustan los elotes con chile, sino que además es un mariachi mexicano encerrado en el cuerpo de un güero de Kansas.

Su salida del clóset cultural es alentada por Alberto (Fernando Becerril), un viejo músico tapatío, quien lo toma como su alumno para enseñarle los secretos de la música vernácula (“en México, el mariachi es el soundtrack de la vida”, le dice en su primera lección). Igual que en Karate Kid, Edward es sometido a un duro entrenamiento que va volviéndose más complejo: primero, tocar la guitarra subido en una silla; luego, mover el piecito mientras rasguea las cuerdas.

Sin embargo, la prueba de fuego lo espera en Guadalajara, no la capital de Jalisco, sino una especie de disneylandia patrio, sede mundial de todos los lugares comunes acerca del folclor y la hospitalidad mexicanos, donde a decir de uno de los personajes “sólo hay tequila, frijoles, arroz y mariachis”.

Ingenua en un grado superlativo, la cinta de Tom Gustafson tiene la complejidad de un libro de Paulo Coelho y el colorido de un pabellón mexicano en una feria internacional de papel picado. La historia del gringo Ashmore, como la de su co-protagonista femenina, la mexicana Martha Higareda, coinciden en su búsqueda de la felicidad, el desprenderse de las expectativas de los demás y perseguir los sueños propios. Para ella, su idea de felicidad es vivir en Santa Cruz, California; para él, hacer servicio social y "llevarle música a la gente en los momentos más importantes de su vida" (de hecho su mamá le pregunta por qué insiste en vivir en un país del Tercer Mundo).

El mariachi gringo apela, como en su momento lo hizo La misma luna, a la nostalgia de los mexicanos al otro lado de la frontera, a los recuerdos idealizados del terruño, las piñatas, el tequila, el guacamole, los fuegos pirotécnicos, las calaveritas de azúcar, los cempasúchiles y las serenatas. El conjunto luce impostado, poco genuino.

En lo musical, el maratónico repertorio de canciones resulta extenuante, sobreproducido por momentos para el lucimiento de Lila Downs, pero en general plano y sin emociones. La película ganó la edición 2012 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Sin palabras.

 
 
 
       

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