LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS

DIRECCIÓN: Luc Jacquet
TÍTULO ORIGINAL: La marche de l'empereur (2005)
PAÍS: Francia
GUION: Luc Jacquet, Michel Fessler, Jordan Roberts
FOTOGRAFÍA: Laurent Chalet, Jérôme Maison
MÚSICA: Émilie Simon, Alex Wurman (versión EU)
DURACIÓN: 80 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga| @jcromero

Creo de verdad que La marcha de los pingüinos es un documental bello con un gran mérito de su realizador, el francés Luc Jacquet. En lo personal, celebró además que el proyecto haya sido tan bien acogido y que se haya convertido en un éxito de taquilla, pero también debo reconocer que como película el trabajo no me emocionó en el grado que yo creía.

Jacquet y su equipo de cuatro personas no sólo siguieron durante 14 meses la larga ruta de los pingüinos emperador en la Antártida, sino que se enfrentaron a condiciones verdaderamente difíciles que implican un clima por demás hostil, con temperaturas que llegaban a los 30 grados bajo cero y visibilidad nula durante días enteros.

La cosa es que aunque la fotografía sea impactante, la historia fluye de manera muy lenta con apariciones incidentales de tres voces en off que recrean los diálogos entre machos, hembras y polluelos que no terminan de encajar y que —creo— llevan algunas actitudes de estos animalitos al peligrosísimo terreno de las convenciones románticas humanas.

La emotividad del filme está particularmente en los aspectos crueles de esta travesía. No sólo vemos la caminata de los emperadores a la zona menos inconveniente de la Antártida para reproducirse, sino que uno atestigua varios pequeños dramas entre los que se encuentran la suerte de los miembros que se extravían y pierden el rastro del grupo, o las parejas que pierden su huevo por el hecho de haberlo dejado recibir unos segundos el viento frío.

Es por demás sobrecogedor el regreso de las hembras al mar para buscar alimentos, mientras los machos cuidan a la cría, estoicos, muriéndose de hambre durante semanas.

Quizá se deba a mi infinita ignorancia o simplemente a una simple indisposición para gozar del filme, pero al salir de la sala no pude dejar de acordarme de El desierto viviente, el documental de James Algar de 1953, producido por Disney, una de las experiencias fílmicas más entretenidas y aleccionadoras de mi infancia, de las que tengo memoria. La eché un poco de menos.

Por otro lado y siendo justos, el gran valor de estos trabajos es que los niños que entran en la sala se entretienen, preguntan, amplían un poco sus horizontes al mismo tiempo que pasan un buen rato. Detrás de este trabajo, hay que reconocérselo, hay mucho más que el proyecto de vender miles de muñecos de peluche blanco y negro. El hecho de que alguien se tome la molestia de tomar una cámara, viajar al Polo Sur y recoger 120 horas de vida de otro ser para que uno sea menos imbécil de lo que es, se merece que le vaya bien.

En la versión en inglés del documental, el recurso relacionado con las voces de los pingüinos es sustituido, muy atinadamente, por Morgan Freeman como narrador único.

 
 
 
 
  

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