J.C. CHÁVEZ

DIRECCIÓN: Diego Luna
TÍTULO ORIGINAL: J.C. Chávez (2007)
PAÍS: México
GUION: Diego Luna
FOTOGRAFIA: Carlos Arango
MÚSICA: Alejandro Castaños, Molotov, Gigante de América
DURACIÓN: 78 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Una de las últimas escenas de J.C. Chávez permite ver al excampeón mundial, la noche del 17 de septiembre de 2005, minutos después de lo que sería su última pelea profesional. Después de abandonar el combate en el quinto round y mientras el anunciador explica que el mexicano ha sufrido la fractura de la mano derecha, Julio César Chávez aparece sentado en su vestuario, pensativo, hasta que algo en él se quiebra y lo hace venirse abajo.

Uno piensa entonces que los meses de trabajo detrás de esta cinta de Diego Luna valieron la pena. El actor ha conseguido llevar a la pantalla algo más que la exaltación del mejor boxeador mexicano de las últimas décadas; J.C. Chávez es un documento ciertamente salpicado de detalles ignorados sobre la vida y los primeros años del campeón, pero tiene como mayor virtud el narrar, a través de entrevistas e imágenes, el uso político de su éxito deportivo durante los años noventa, y explicar de la misma manera su terrible caída, una caída que no encontró su fin sino hasta el quinto asalto de su pelea en Phoenix contra Grover Wiley.

Sin negar su admiración por el personaje, quizás falto de oficio —lo que le hizo incorporar testimonios prescindibles como el de Mike Tyson o el de Ana Guevara—, Diego Luna trae a su documental a muchos de los aludidos por la carrera de Julio, los que lo quisieron, los que lo usaron y los que lo enfrentaron. En ese sentido, el expresidente Carlos Salinas de Gortari y el promotor Don King son enormes en su aportación al documento, porque mientras ayudan a hacer el retrato de un Chávez ingenuo y poco preparado, se exhiben a sí mismos.

Pasajes sepultados por la memoria colectiva, como la persecución de Hacienda contra el campeón o su relación con los hermanos Arellano Félix, se mezclan con el servilismo priista de las narraciones de Antonio Andere y los titulares de los diarios que un buen día cambiaron para ocuparse de los problemas personales y ya no de las peleas del mexicano.

El de Diego Luna es un documental que cumple sobradamente, porque entiende bien que cuando se está tras la cámara hay que callarse la boca; el protagonista es todo el tiempo Julio César y no él. Esas cualidades —ojalá que él mismo se haya dado cuenta— le han permitido llevar a buen puerto un proyecto que pese a su brevedad resulta emotivo.

En lo personal me quedo con las escenas rescatadas de las derrotas del excampeón; es curioso, porque hasta antes de ver este filme nunca había advertido que aun en el declive de su carrera, en sus peores momentos sobre el ring, Julio César Chávez peleaba, no dejaba de pelear nunca.

 
 
 
 
       

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