LOS INSÓLITOS PECES GATO

DIRECCIÓN: Claudia Sainte-Luce
TÍTULO ORIGINAL: Los insólitos peces gato (2013)
PAÍS: México
GUION: Claudia Sainte-Luce
FOTOGRAFIA: Agnès Godard
MÚSICA: Madame Recamier
DURACIÓN: 89 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Los insólitos peces gato es una película de una franqueza inusual. Los personajes, las locaciones, los diálogos; todo es absolutamente genuino y posible.

En ella, Claudia (Ximena Ayala) trabaja como demostradora de supermercado y malvive sola en un viejo local comercial habilitado como departamento. Un ataque de apendicitis la lleva a una clínica pública, donde comparte espacio con Martha (Lisa Owen), madre enferma de una familia ruidosa y disfuncional (tres muchachas y un niño) que pese a sus continuas visitas al hospital, o quizá gracias a ello, no se han desbalagado.

El diálogo entre ambas pacientes fluye naturalmente mientras comparten unos Rufles pasados de contrabando. Comienzan hablando de dolencias para luego pasar a otras heridas. Martha descubre la soledad de Claudia y sin que aquélla lo note se ofrece como su madre sustituta: la invita a comer a su casa, le da un lugar para pasar la noche y de a poco le da tres hermanos de los cuales hacerse cargo, de modo que cuando ella falte sean ellos quienes la abracen como familia.

Entrañable en su papel, siempre optimista y alegre aunque en continuo deterioro, Lisa Owen no deja de mostrar los enormes errores que ha cometido y las pésimas elecciones que de alguna manera han terminado por joderle la vida a sus hijos de una forma u otra. La mayor de ellos, Alejandra (Sonia Franco), ha endurecido su carácter y se esfuerza en estar a la altura como la figura fuerte del hogar, postergando su propia vida para asumir el papel de proveedora.

Por su parte, Wendy (Wendy Guillén), Mariana (Andrea Baeza) y Armando (Alejandro Ramírez) atraviesan su juventud temprana sin que nadie los acompañe a ese mundo de apariencias e impida que se extravíen en él, aunque en la secuencia final, la más emotiva de todo el filme, uno adivina (o desea que así sea) que todo saldrá bien.

La ópera prima de la cineasta mexicana Claudia Sainte-Luce no le miente al espectador con una trama inverosímil, sino que toma fragmentos de su propia vida para ponerlos en pantalla. Uno de los personajes, Wendy, pertenece realmente a la familia que alguna vez adoptó a la hoy realizadora. No importa; quienes tuvimos la suerte de verla sin conocer esos detalles, igual nos sumergimos en la narrativa de un grupo que adopta a una chica desamparada, pero no desesperada, mientras que ella se afilia a esta familia acostumbrada a vivir con una herida abierta.

La directora no idealiza a ninguno de sus personajes ni se ahorra la dureza de algunas situaciones cotidianas que se viven en los hogares con pacientes cuya vida no da más. No hay tremendismo en la agonía. Hay ires y venires: al hospital, a la ciudad, a la escuela, tras los bastidores de un supermercado, una vez hasta la playa. La ausencia anunciada de la madre es tan dolorosa como real, inevitable y parte de la vida. De la misma que ha de seguir a través de los lazos que van tejiéndose en el filme.

Se goza en los detalles. La comida improvisada de hot dogs y consomé, el vocho en su carácter de cadena gitana, la impudicia de un hospital público, los anaqueles de metal y el reloj checador de un súper. A corazón latiente, sin velos ni eufemismos, los humanos, con los ojos desorbitados como peces ante lo insólito de la vida ven transcurrir el amor, la muerte y la amistad, los encuentros en medio del caos y de la soledad, ahora enmendada.

 
 
 
 
 

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