INDIFERENCIA

DIRECCIÓN: Tony Kaye
TÍTULO ORIGINAL: Detachment (2012)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Carl Lund
FOTOGRAFIA: Tony Kaye
MÚSICA: The Newton Brothers
DURACIÓN: 98 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La primera impresión que arroja Indiferencia puede ser engañosa. Pareciera que estamos de nuevo ante la historia del maestro excepcional que lucha contra el sistema y toma a su cargo a un grupo de muchachos a los que todos creen perdedores, inspirándolos no sólo a superarse a través de la educación sino llevándolos a lograr cosas sorprendentes.

El protagonista, Henry Barthes (Adrien Brody), es un profesor sustituto que llega a una preparatoria de Queens para enseñar literatura. Sus alumnos son adolescentes violentos, insolentes, con un nivel por debajo del promedio, clichés de un sistema educativo burocrático al que el futuro de esa comunidad no podría interesarle menos. La trama parece avanzar en la línea del maestro beatífico que una noche, camino a casa, incluso recoge una joven prostituta (Sami Gayle) para redimirla.

No obstante, el director Tony Kaye nos da un personaje un poco más complejo que eso. Barthes parece emocionalmente distanciado de todo; su vida luce en general vacía, aunque suela dedicar tiempo y atenciones a algunas personas que forman parte de ella. Adrien Brody interpreta todo el tiempo a un hombre que pelea contra los apegos que le impiden seguir adelante, pero no es del todo indiferente como sugiere el título en español; en todo caso, su principal virtud es la de no juzgar a nadie, ni siquiera a quienes parecen haberlo marcado brutalmente en el pasado.

El resto de los profesores en la escuela simplemente se han derrotado o comienzan a hacerlo. Viejos entusiastas en el pasado, todos han ido perdiendo la fuerza para hacer frente a un batallón apático, abandonados por las autoridades y los padres de familia que se vuelven cómplices del problema.

Con algunas situaciones forzadas y otras que alcanzan el melodrama ordinario, la cinta detona algunas valiosas reflexiones gracias a su oposición al forzado optimismo de trabajos como Escritores de la libertad (Richard LaGravenese, 2007).

Director y guionista muestran una ruina, un panorama descorazonador con pocas posibilidades de mejorar. En la escena final, Barthes da su última clase antes de partir a otra escuela a intentar rescatar el semestre. Ahí, casi imperceptibles aparecen varios de sus alumnos. Ninguno se ha vuelto brillante o sobresaliente (porque quizá los que lo eran, ya no están); sin embargo, algunos muestran otra actitud, y eso ya es bastante.

 
 
 
 
       

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