LA INVENCION DE HUGO CABRET

DIRECCIÓN: Martin Scorsese
TÍTULO ORIGINAL: Hugo (2011)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: John Logan; basado en la novela gráfica de Brian Selznick
FOTOGRAFÍA: Robert Richardson
MÚSICA: Howard Shore
DURACIÓN: 126 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hace unos años, Ernesto Diezmartínez comenzó a elaborar una lista de imágenes, escenas, secuencias, presencias y varios de esos milagros cinematográficos que se quedan en la memoria personal. Creo que fue aquella secuencia final de Cinema Paradiso la primera y más sencilla declaración de amor al cine que vi.

Veintitrés años después, Martin Scorsese ha encontrado su propia manera de agradecer, de explicar su asombro por las historias contadas en imágenes y de hacer un homenaje a todos los que vinieron antes de él para convencer al mundo de que el cine es magia y está conformado de la misma materia de la que están hechos los sueños.

Adaptación de una novela ilustrada de Brian Selznick, La invención de Hugo Cabret cuenta la historia de ese Hugo (Asa Butterfield), un pequeño huérfano que da mantenimiento a la maquinaria que hace funcionar los relojes de la estación de trenes Gare Montparnasse, donde vive e intenta reparar un autómata de rasgos humanos, el único recuerdo y el último vínculo con su padre, cuya ausencia desea llenar. Para lograrlo, roba.

De manera constante y discreta, Hugo se hace de piezas de varios juguetes que sustrae de un pequeño local atiendido por un anciano (Ben Kingsley), cuya relación con Viaje a la luna, la cinta dirigida por Georges Méliès en 1902 —e indirectamente con su padre—, va quedando poco a poco al descubierto, gracias a la ayuda de Isabel (Chloe Moretz), la ahijada de éste.

Los primeros ocho minutos del filme lo conforman un par de impresionantes planos secuencias en los que la tecnología 3D y los efectos visuales son más que una suerte de planos superpuestos, a la manera de los libros infantiles de imágenes plegadas. Para Scorsese la magia no está en lanzar desde la pantalla o salirse de los márgenes de ésta, sino en permitirle a los demás atravesarla, entrar al relato, hacer del cine una experiencia. Si los hermanos Lumiére lograban sorprender a su audiencia con la llegada de un tren que parecía írseles encima, Hugo permite ubicarse entre los viajantes.

Sin embargo, es hasta los últimos minutos que el realizador realmente se sincera y vuelve de nuevo la vista hacia las salas de cine, como esa de la que Hugo e Isabel son echados antes de terminar de ver una vieja cinta muda de Harold Lloyd. La invención de Hugo Cabret toma entonces la forma de un gran ejercicio de nostalgia que usa a Georges Méliès, pionero del género fantástico, como pretexto para expresarle gratitud al cine.

En un siglo, quizá menos, el cine rendirá su propio homenaje a los contadores de historias de nuestro tiempo. Martin Scorsese posiblemente se encuentre entre ellos y quizá entonces alguien guarde esta cinta como su primera experiencia cinematográfica.

 
 
 
 
  

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