LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES

DIRECCIÓN: Niels Arden Oplev
TÍTULO ORIGINAL: Män som hatar kvinnor (2009)
PAÍS: Suecia, Dinamarca, Alemania, Noruega
GUION: Nicolaj Arcell, Rasmus Heisterberg; basado en la novela de Stieg Larsson
FOTOGRAFIA: Eric Kress
MÚSICA: Jacob Groth
DURACIÓN: 152 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Basada en la primera novela de la trilogía Millennium, del fallecido Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres representa, antes que otra cosa, un trabajo de adaptación notable, que sufre, sin embargo, de una arritmia que ataca en distintos momentos y un final que se extiende demasiado, casi hasta rayar en el anticlímax.

Pese a sus fallos, es innegable el interés que el thriller de Niels Arden Oplev despierta como una historia de crímenes de misoginia, salidos de la psique torcida de un carnicero que sella sus asesinatos con versículos del libro de Levítico, y la habilidad para integrar dos subtramas que durante minutos corren y se desarrollan en vías paralelas.

El hilo conductor lo constituye la desaparición, 40 años atrás, de una joven cuyo anciano tío (cabeza de una poderosa familia de empresarios) se ha obsesionado con saber qué pasó realmente con ella y con encontrar a su asesino. El hombre recurre a Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), un respetado periodista con un reciente descalabro profesional, para que indague entre fotografías, documentos y videos, y encuentre al responsable de la repentina desaparición.

En un plano secundario, vemos a Lisbeth Salander (Noomi Rapace), una habilidosa hacker con el cuerpo tatuado, el rostro lleno de piercings, pero con un tutor legal que permite no sólo establecer la personalidad antisocial de la heroína, sino ahondar en el tema de la violencia de género y regalarle incluso al patio de butacas una secuencia revanchista culposamente gozable.

Las claves del misterio se ven venir todo el tiempo, en la mirada de una fotografía, en la perspicacia inusual de los personajes para interpretar las Escrituras del Viejo Testamento. Pero el relato se desdobla a través de pasos lógicos y encadenados, y pequeños giros que desvelan, más que la resolución de un misterio, la mirada pesimista del autor frente a la necrosis que desde su punto de vista parecía estar comiéndose a la sociedad sueca desde unos años atrás.

Nota común en la novela negra sueca, no deja de haber en esta cinta una atmósfera gélida que se contagia a los personajes, siempre distantes en lo emocional, aunque compartan comida, sexo y espacios vitales. Imposible encontrar en este relato ningún discurso amoroso o la usual calidez femenina de todas las historias; en la imagen dibujada por Larsson éstas tienen dos posibilidades de sobrevivencia: la huida o la dureza externa.

 
 
 
 
       

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