Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Adaptación de una cinta argentina de 2013 protagonizada por Guillermo Francella, Un hombre a la altura es una comedia romántica que sin renunciar a las fórmulas del género logra arriesgarse y llevar adelante –como en su momento lo hizo de manera muy inteligente La delicadeza, de David y Stéphane Foenkinos– un bienintencionado discurso a favor de las diferencias y contra el estereotipo físico.
En lo esencial, estamos frente a una tópica historia de amor. En ella, Alexandre (Jean Dujardin), un respetado arquitecto, exitoso en lo económico y un tipazo en todo lo demás, encuentra el celular perdido de Diane (Virginie Efira), una joven y guapa rubia, a la que convence de tomar un café a cambio de devolverle su móvil. Sólo un detalle saca este encuentro de la “normalidad”: el mide apenas un metro 36 centímetros.
Conducida por Laurent Tirard, la comedia funciona porque su protagonista recurre continuamente a la incorrección política, nombrando al elefante en la habitación y poniendo contra la pared al mundo entero que siente expuestos sus prejuicios. Como se dice en algún momento de la cinta, pese a su altura Alexandre parece ocupar demasiado espacio, pues si bien Diane descubre a un hombre seguro de sí mismo y a un admirable ser humano, su miedo al qué dirán y su resistencia a lo anticonvencional están presentes todo el tiempo.
Como ha mencionado el crítico Alberto Luchini, Un hombre a la altura es más que el enésimo relato sobre la pareja dispareja, porque el material de partida es bueno y porque los actores están muy bien (en una infrecuente química entre los protagonistas y los secundarios), a pesar de que los efectos digitales para empequeñecer a Jean Dujardin sean con frecuencia “defectos” y el guion ofrezca un final decepcionante para una película que quizá merecía un poco más.
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