LOS HEREDEROS

DIRECCIÓN: Eugenio Polgovsky
TÍTULO ORIGINAL: Los herederos (2008)
PAÍS: México
GUION: Eugenio Polgovsky
FOTOGRAFIA: Eugenio Polgovsky
MÚSICA: Banda Mixe de Oaxaca
DURACIÓN: 90 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

De lejos, una de las mejores cintas mexicanas exhibidas durante 2009, junto con Los que se quedan (Rulfo y Hagerman, 2008), Los herederos, de Eugenio Polgovsky es uno de los documentos que mejor exhiben el fracaso de ese discurso social que usa a los niños y los coloca en el centro de las preocupaciones nacionales sin que su situación se vea realmente transformada.

Sin nada más que un conjunto de imágenes recogidas en varios puntos del país sobre los miles de niños y niñas que trabajan diariamente desde el amanecer, en lugar de pasar sus primeros años aprendiendo o jugando (no hay un relato o una voz que explique o elabore un discurso acerca de lo que vemos), el director nos lleva a distintos momentos de la pesada jornada de estos pequeños, cuya circunstancia de pobreza es reveladora de un proyecto de país en el que la gente trabajadora en las zonas rurales no aspira a otra cosa más que a heredar a sus hijos la misma miseria en la que ya viven.

Dolorosamente, hay que decirlo, mientras uno ve a los muchachos más grandes trabajando en los hornos de tabique o cortando caña, mientras los más chiquillos llevan cargas de leña, levantan cosechas de pepino, chile y jitomate o se encargan de los animales del corral, es difícil no sentirse chinche ente el tamaño de las responsabilidades que parecen tener ya algunos de estos niñitos que apenas rebasan el metro del atura.

Ninguno de ellos dice "no", ni se permite quedarse diez minutos más en la cama; ninguno abandona su labor más que para comer. En algún momento del largometraje, la cámara es testigo de cómo uno de ellos se corta un dedo con un cuchillo mientras talla una pieza de madera. Después de eso no hay vendas, ni alcohol, ni cuidados; sorprendentemente, para detener la hemorragia, el niño se hace un torniquete con cinta adhesiva y continúa en silencio su trabajo.

El hallazgo de Polgovsky parece prodigioso, pero nada de lo que vemos en pantalla lo es en realidad. El realizador no añade un ápice a las situaciones que encuentra, no enfatiza tristezas ni desesperanzas, no hace interpretaciones ni se permite siquiera dar datos o números sobre el trabajo infantil en México. Sus imágenes son elocuentes. Los niños que aparecen en su documental se notan afanados en sus tareas, pero al final de su jornada vuelven a tener cuatro, cinco, siete años...

Es imposible no hacer una lectura política y social, pero esa, en todo caso, sale del fuero interno de cada espectador. La pena, la tristeza o el enojo lo elige cada quien ante este pedacito de realidad.

 
 
 
 
       

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