HANNIBAL: EL ORIGEN DEL MAL

DIRECCIÓN: Peter Webber
TÍTULO ORIGINAL: Hannibal Rising (2007)
PAÍS: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, República Checa
GUION: Tomas Harris
FOTOGRAFIA: Ben Davis
MÚSICA: Ilan Eshkeri, Shigeru Umebayashi
DURACIÓN: 121 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

El silencio de los corderos y Dragón rojo han sido, con mucho, los trabajos mejor aceptados como adaptación de las novelas de Tomas Harris sobre el doctor Hannibal Lecter. Ambos proyectos contaron con guiones de Ted Tally, quien tomó el reto de trabajar los textos de Harris hasta entregar al director un par de  historias bien hilvanadas, necesariamente abreviadas, pero sin perder profundidad o traicionar el mecanismo interno de sus personajes.

Hannibal: El origen del mal no aspira por ninguna de sus características a formar parte de la trilogía que, buena o mala, queda completa con Hannibal (2001), de Ridley Scott.

Las horas de trabajo que innegablemente se encuentran en la creación de uno de los personajes más fascinantes de los últimos años (Lecter), son estúpidamente borradas y suplidas con  imágenes y secuencias de la psicología más insultantemente simplista.

Paradójicamente, es el propio Tomas Harris quien, como responsable del guion, nos entrega una detestable (por superficial y complaciente) explicación sobre la raíz de la psicopatía del Lecter interpretado por Anthony Hopkins.

El recuento se inicia en Lituania, durante la Segunda Guerra Mundial, mientras los soviéticos intentan frenar el avance de Hitler a Moscú. Hannibal, quien no tiene más de siete años, es testigo de la muerte de sus padres y (más cruel aún) del asesinato de su hermana Mischa. Totalmente desamparado, el muchacho es enviado a un hospicio en el que se cría en medio de maltratos hasta cerca de la mayoría de edad.

Libre de su cautiverio, el joven decide cruzar Europa del Este y viajar hasta Francia, en busca de su tío, que para entonces ya ha fallecido. Sin embargo, Hannibal es recibido por la viuda, una joven japonesa llamada (Gong Li), quien decide asumir la posición de mentora.

Pero nada hay que explique el desarrollado intelecto, el notable conocimiento del arte y de las cuestiones estilísticas que producían un sordo miedo en la agente Clarice Starling. Tenemos, pues, a un niño perturbado que podría entendiblemente reaccionar con violencia, ser alcanzado por terrores nocturnos y canalizar sus ansiedades en episodios de enuresis, pero aun todo eso está lejos de la psicopatía criminal.

El escritor elabora una figurilla asesina, provista de la más plana psicología. Descuida los más elementales mecanismos de lo verosímil para reencontrar a personajes separados por lustros y miles de millas. El director y el elenco nos dan pequeños guiños que intentan tender un vínculo con la cinta de Jonathan Demme. Pero todo es infructuoso (de hecho no mencionaré la irrelevante investigación policiaca que se desarrolla durante el relato y que termina siendo tan anodina como el resto).

El peor pecado de Hannibal: El origen del mal es su traición al personaje, al despojarlo de toda responsabilidad moral por sus actos y convertirlo en una víctima de un pasado doloroso. Este barato (baratísimo) producto del mainstream no tiene relación alguna con el Dr. Lecter que engullía hígado humano acompañado de habas y un buen Chianti.

 
 
 
 

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