Héctor Campio López | @campiolopez

La primera secuencia de Hairspray es una brillante canción interpretada por la protagonista de la historia: Tracy, una adolescente pasada de kilos que se levanta por la mañana para ir a la escuela. Recorre la acera y saluda en su caminar al borracho del bar local, al exhibicionista de la gabardina y, tras perder el transporte escolar, se sube al camión de la basura para llegar a su destino.

La promesa de una sátira musical a la vida común y corriente en Baltimore de los años sesenta, sin embargo, se diluye gradualmente a lo largo de la película para dar paso a una historia de jóvenes que se enamoran y que, contra los prejuicios estéticos y raciales, luchan para estar juntos.

Esta película está basada en una obra de teatro musical que, a su vez, fue la adaptación de una película homónima hecha por el excéntrico cineasta John Waters, en 1988. En esta versión modificada de Hairspray, sin embargo, no hay nada que temer, porque no existen contenidos obscenos, ácidos o imprudentes que puedan ofender a nadie.

En virtud de que el mundo cambió mucho en 20 años, la historia de una adolescente obesa de clase media que consigue entrar a un programa de variedades de televisión marcadamente clasista y racista, no puede entenderse del mismo modo que entonces. Ser joven, rubio, de dientes parejos y nariz respingada es muy útil para ser cool, pero en este momento de la historia también los negros y unos cuantos latinos pueden serlo.

Hoy los prejuicios de Estados Unidos ya son de otro tipo, por eso una película como Hairspray no puede verse hoy sino como un entretenido musical que prefiere esquivar o aminorar la burla que Waters propuso en un principio en contra la segregación social.

El director Adam Shankman se encarga de escenificar aquí un musical para la pantalla grande en escenarios que van desde el interior de una casa, una escuela, un estudio de televisión y un autobús.

Independientemente de las preferencias que cada quien tenga hacia el teatro musical, se trata de un buen grupo de temas, ágiles en la primera parte de la película y más relajados en la segunda. El merito corresponde a los compositores, quienes recorren el rock and roll, el blues, la balada y el gospel para narrar la historia.

Nikki Blonski, la actriz protagonista, es una revelación que eclipsa la interpretación de John Travolta vestido de mama gorda, que no pasa de ser chistosa. Si es su voz la que canta los temas "Good morning, Baltimore" y "I can hear the bells", estamos ante una extraña mezcla de carisma y talento.