FROST/NIXON: LA ENTREVISTA DEL ESCÁNDALO

DIRECCIÓN: Ron Howard
TÍTULO ORIGINAL: Frost/Nixon (2008)
PAÍS: Estados Unidos, Reino Unido, Francia
GUION: Peter Morgan; basado en la obra de teatro homónima
FOTOGRAFIA: Salvatore Totino
MÚSICA: Hans Zimmer
DURACIÓN: 122 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Al mismo tiempo que Oliver Stone exhibía su imperdurable cinta W, un balance prematuro y revanchista sobre los ocho años de gobierno de George W. Bush, Ron Howard logró hacer una crítica de una manera mucho más sutil a la forma de hacer política de parte de los republicanos, pero a través de otro de sus monstruos: el presidente Richard Nixon.

Basada en el montaje teatral de Peter Morgan, la historia se ubica en 1977, a tres años de la dimisión presidencial tras el escándalo de Watergate. Radicado en California, desacreditado y lejos de la política, Richard Nixon (Frank Langella) recibe una petición del presentador británico David Frost (Michael Sheen), conductor de programas de entretenimiento y sin ningún antecedente como periodista, para realizar una serie de entrevistas con él sobre su mandato en general y abordar lo relativo al desastre en Vietnam y los meses que antecedieron a su renuncia al cargo.

Para ambos la posibilidad parece invaluable: uno piensa recuperar su lugar en los medios a través de una entrevista en la que el abominable político reconozca sus culpas; el otro ve la oportunidad de usar a un poco experimentado anfitrión televisivo para limpiar su imagen y volver al Este del país, donde se hace la política.

No hay nada que no se conozca del episodio: más de 44 millones de personas vieron la entrevista, presenciaron las confesiones de un ex presidente que esgrimía razones de Estado para violar la ley y encubrir actos delictivos. Lo que más tarde sería considerado el juicio que Nixon nunca tuvo —sobre todo después de que Gerald Ford cerrara la puerta al concederle el indulto por cualquier delito federal que hubiera cometido durante su mandato—, no fue sin embargo algo que Frost consiguió fácilmente.

Ron Howard rueda realmente el detrás de cámaras de aquella entrevista realizada en cuatro sesiones, poniendo frente al público lo que fue en realidad un proyecto a punto de fracasar, las fallidas acometidas de Frox contra un político con oficio que elaboraba respuestas largas y vagas para llevar la conversación al punto donde se encontraba seguro, lejos de Vietnam, lejos de Watergate...

El diseño de producción y la ambientación no son particularmente sobresalientes. Howard pone la atención sobre el duelo, los diálogos, las asechanzas de uno y otro, sin entretenerse en subtramas insubstanciales. En ese terreno, Frank Langella es notable: no imita, sino que se sumerge en el personaje de Nixon; su cariz físico es diferente al del político —de hecho se le ve un poco más viejo y cansado—, pero a veces, cuando se le mira de perfil, su silueta, su cuerpo encorvado y levemente jorobado son los mismos que los del trigésimo séptimo presidente de la Unión Americana.

Más que nunca, la relevancia de revisar un periodo histórico caracterizado por el abuso del poder público no parece estar en duda. El escándalo de Nixon permite de alguna manera hacer una mejor lectura de los hechos recientes; Nixon y el presidente Bush tienen en común el uso de sus facultades para sostener una guerra impopular; la mentira como razón de Estado y el repudio mayoritario de los ciudadanos. La diferencia está en la visceralidad que hoy todavía caracteriza el balance del gobierno de este último.

 
 
 
 
       

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