FRIDA

DIRECCIÓN: Julie Taymor
TÍTULO ORIGINAL: Frida (2002)
PAÍS: Estados Unidos, Canadá, México
GUION: Gregory Nava, Diane Lake, Clancy Sigal, Anna Thomas
FOTOGRAFIA: Rodrigo Prieto
MÚSICA: Elliot Goldenthal
DURACIÓN: 123 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Frida es una película intrascendente, pero más que otra cosa es una visión edulcorada de un pedazo de supuesta realidad mexicana que afortunadamente tendrá la peor de todas las muertes: la muerte social a manos de un público que no se acuerde más de ella.

No es que la cinta sea un horror. Simplemente se trata de un conjunto de despropósitos iniciado por la protagonista, Salma Hayek, quien en 2001 hacía afirmaciones del tipo: "Frida Kahlo me poseyó, porque ahora pinto y lo hago bien". Para ser más específicos, esta cinta es —como dirían en un taller de telas— pura pedacería. Es decir, tiene cachitos coloridos que se ven bonitos, pero que no sirven para nada si lo que uno quiere es una edredón y no un pañuelo. Un mexican curious, pues.

De ahí que al final uno se quede sólo con la fotografía de Rodrigo Prieto y la actuación de Alfred Molina, lo que en el fondo exhibe cuánto sirvió la millonaria campaña de la distribuidora Miramax para conseguir la nominación al Oscar en la categoría de mejor actriz, lo cual no podía sino producir muchas cejas levantadas.

El resto es como una alcancía de feria: colorida, llamativa, pero vacía. Nadie en su sano juicio se cree la escena en la que Ashley Judd pretende ser Tina Modotti y le da vuelta a la manivela de un mimeógrafo del que salen decenas de ejemplares de El Machete, o la secuencia en la que Alfred Molina y Antonio Banderas se esfuerzan inútilmente, tratando de hacer creíble una conversación sobre comunismo, pobreza, proletariado y revolución, para luego meterse en una competencia de verdaderos machos a ver quién traga más agua tequila.

En medio de tanta floritura, uno nunca logra ver la supuesta grandeza de los personajes. Para aquellos a quienes Frida Kahlo nos parece una figura lejana y ajena, eternamente atormentada aunque su obra no transmita ni muestre técnica, la película nos deja en las mismas; no logramos advertir la obsesión de la pintora por su trabajo ni encontramos el compromiso artístico o político de la interpretada, a no ser por dos o tres pinceladas.

Asimismo, uno encuentra que no hay parámetros justos, sobre todo entre la crítica mexicana. Francamente, después de ver a Javier Bardem subir 30 kilos para hacer Los lunes al sol y quedarse medio calvo para filmar Mar adentro, o bien mirar a una mujer como Charlize Theron aumentar 15 kilos para interpretar a la asesina Aileen Wournos en Monster, no encuentro razones para dedicarle medio aplauso a una actriz incapaz de dejarse crecer una leve sombra en el bigote para hacer a Frida.

Alguien debería decirle a la actriz veracruzana que fumar faritos, beber tequila, decir malas palabras y colgarse un chango del brazo no es ser Frida Kahlo... eso nomás significa ser una borracha con mal gusto. Ultimadamente, como decía Luis González de Alba, al carajo con Frida.

 

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