Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Confieso que no conozco Edge of Darkness, la miniserie británica de mediados de los ochenta en la que está basada la cinta homónima de Martin Campbell. No obstante, al hacer una búsqueda e investigar un poco más sobre aquélla, la historia parece mantenerse fiel en lo esencial.

Una noche, mientras llega a casa con su hija Emma (Bojana Novakovic), el detective en homicidios Thomas Craven (Mel Gibson) es emboscado en la entrada por un sujeto que asesina de un tiro a la muchacha. Las autoridades asumen que el crimen es un error, que blanco era el policía y que el móvil puede obedecer a una venganza de un delincuente.

El hecho da paso a un thriller oscuro, pero sumamente bien conducido en el que vemos al protagonista tomar en sus manos la investigación y encontrar que tras su caso hay una trama aun más compleja, que pone en riesgo equilibrios e intereses considerados superiores al valor de una simple vida.

Campbell, también director de la serie original, teje una intriga interesante que toca la conducta inescrupulosa de consorcios y políticos, pero que no deja de señalar los estúpidos arrebatos heroicos de los activistas abrazaárboles, cuyas acciones también tienen consecuencias. La cinta no cede a la tentación de la espectacularidad, pero cimbra la intensidad con la que la violencia aparece.

La reaparición de Mel Gibson en el papel protagónico, tras sus escándalos de alcohol y las acusaciones en su contra por antisemitismo, dan otra dimensión al personaje que interpreta: un heroe crepuscular al más puro estilo de los hombres duros de Clint Eastwood, que trata de aferrarse a un estricto código moral que se extiende de su vida personal a su trabajo ("siempre haz lo mejor que puedas, ve a trabajar todos los días, no lastimes a nadie que no lo merezca y nunca aceptes nada de los malos”).

Estamos, pues, ante un trabajo nada desdeñable, con una calidad por encima de sus defectos, predecible, pero sumamente efectivo y comedido con su público.