Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Sin tener que hacer un manifiesto político o ideológico de cada trabajo, Martin Scorsese ha sido un cineasta tan grande como modesto. Hasta antes de dirigir Los infiltrados, nunca ganó un Oscar, pero a juzgar por lo que hoy significan Taxi driver (1976), Toro salvaje (1980), El color del dinero (1986), La última tentación de Cristo (1988) o Gangs of New York (2002) el director está más allá de todo premio.

Lo notable esta vez, es que además de una buena película, Scorsese logró sacar al gran actor que estaba escondido en Leonardo DiCaprio, y borró de un plumazo el terrible antecedente de Titanic, que lo sepultó casi ocho años, a pesar de haber rodado cintas como Atrápame si puedes y Gangs of New York, con Steven Spielberg y el mismo Scorsese, respectivamente.

En El aviador, DiCaprio interpreta a Howard Hughes, el legendario empresario y joven heredero de una fortuna y una empresa productora de brocas utilizadas en la perforación de pozos petroleros, quien tenía además dos grandes pasiones: el cine y la aviación.

Soportado por un sólido cuadro de actores, el filme se centra en el periodo entre los años veinte y finales de los cuarenta, en los que Hughes, un genio del tipo obsesivo compulsivo, invertía cantidades insultantes de dinero en rodar películas como Los Ángeles del Infierno, en la cual gastó 6 millones de dólares, toda vez que la llegada del cine sonoro lo "obligó" a filmarla dos veces.

A la par de sus producciones, el millonario, quien sólo se dedicaba a gastar mientras otros administraban las pérdidas, diseñaba y probaba aviones que lo llevaron a romper récords de velocidad y a dar la vuelta al mundo en tres días.

DiCaprio logra una actuación muy creíble de la parte más oscura de este personaje, principalmente en lo que se refiere a su aversión a las multitudes y su compulsión por la limpieza que lo conducen a un frenesí que raya en la locura. Con todo, la figura del empresario tiene un "algo", una suerte de encanto que hace que uno entienda básicamente el que mujeres del calibre de Katharine Hepburn (Cate Blanchett), Jean Harlow (Gwen Stefani) o Ava Gardner (Kate Beckinsale) se sintieran cautivadas.

Lejos de lo que se lee en la mayoría de las reseñas, este Howard Hughes no parece muy preocupado por el dinero; todo lo contrario. Lleva su emporio al borde de la quiebra al tiempo que obtiene triunfos como la creación de TWA, la línea aérea que rompería el monopolio de PanAm, y la derrota pública del senador Owen Brewster (Alan Alda), quien intentaba hundirlo usando su posición, mientras trabajaba a sueldo de Juan Trippe, el presidente de la segunda aerolínea.

Un gran acierto de esta película radica en la sana distancia que se pone con el personaje, lo cual era hasta hace un tiempo el mayor problema de las películas biográficas, que tendían al embellecimiento del protagonista de la historia.

Llama la atención, sin embargo, la fuerza con que brillan DiCaprio y Cate Blanchett en demérito de actores de la fuerza de Ian Holm, Willem Dafoe, Jude Law, Alec Baldwin y John C. Reilly, algunos de los cuales pasan incluso inadvertidos.

Alan Alda es de hecho el único personaje secundario que no sólo está bien perfilado, sino que ocupa un papel de primera línea en el desarrollo dramático, ya que ni siquiera Kate Beckinsale logra tomar relevancia en su papel de Ava Gardner, la actriz que rechazó varias veces la propuesta matrimonial de Hughes.