LA DULCE VIDA

DIRECCIÓN: Mike Leigh
TÍTULO ORIGINAL: Happy-Go-Lucky (2008)
PAÍS: Reino Unido
GUION: Mike Leigh
FOTOGRAFÍA: Dick Pope
MÚSICA: Gary Yershon
DURACIÓN: 118 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Poppy (Sally Hawkins) es dueña de una alegría casi patológica. Ríe por cualquier razón y ante cualquier eventualidad; ríe ante situaciones que preocuparían o harían enfurecer a cualquiera, lleva su alegría a un punto en el que cualquiera pensaría que es una boba. Lo que la hace diferente al ejército de estupidos que esparcen el optimismo como filosofía es justo eso: lo suyo no es una careta que lleve en público para convencer a nadie; es una elección de vida.

Y no es que su vida sea "perfecta". Poppy es soltera, tiene 30 años, es maestra de jardín de niños o del primer año de primaria y vive en un departamento alquilado con su amiga Zoe (Alexis Zegerman), otra chica con una actitud notable ante la vida. Su entusiasmo puede ser abrumador, pero uno termina amándola cuando se le mira al lado de sus hermanas (una de ellas eternamente enojada con todo, y otra desesperada por legitimar su "feliz" vida de casada) o se le ve enfrentar la tristeza de quienes la rodean.

Ese es el exactamente el punto en la cinta de Mike Leigh. Su protagonista no está ciega frente a la cuota de desgracia que ocurre en torno suyo: le perturba el cambio de comportamiento de un pequeño estudiante de su clase, el desamor que carga a cuestas su maestra de flamenco quien rompe en llanto en medio de una clase, o el vagabundo desarticulado que se niega a aceptar su ayuda. La joven maestra ayuda o intenta ayudar hasta donde puede, pero también entiende que no está en ella mitigar el dolor que hay en el mundo.

Pocas cosas hablan tanto de la relación del personaje con el mundo como las ásperas lecciones de manejo que decide tomar con Scott (Eddie Marsan), un irritable instructor privado que, al contrario de ella, parece tomar todo con excesiva seriedad sin darse una tregua o un respiro. Sin chistes baratos, con sentido del humor y con algo de simple humanidad, Leigh conduce a ambos personajes a un choque inevitable que llega de manera cruda, explosiva y sin tontos sentimentalismos.

Ubicado en las antípodas del optimismo, la neurosis que despliega Scott transita de lo cómico (su machacón método para que los estudiantes no olviden mirar el espejo retrovisor) a lo patético, a lo horriblemente doloroso, poniendo de alguna manera el balance en un filme en apariencia ligero, que desasosiega y sobrecoge por momentos.

Porque el optimismo viene de mirar y hacer algo con los aspectos desagradables de la vida y no simplemente del voluntarismo idiota que pasa todo por el cernidor de la buenaondez y la autoindulgencia.

 
 
 
 
       

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