DIAMANTE DE SANGRE

DIRECCIÓN: Edward Zwick
TÍTULO ORIGINAL: Blood Diamond (2006)
PAÍS: Alemana, Estados Unidos
GUION: Charles Leavitt, de un argumento conjunto con C. Gaby Mitchell
FOTOGRAFÍA: Eduardo Serra
MÚSICA: James Newton Howard
DURACIÓN: 143 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Con enfoques diferentes, partiendo de realidades distintas, Hotel Ruanda (Terry George, 2004) y La caída del Halcón Negro (Ridley Scott, 2001), mostraron además de la crueldad con que se desarrollaba la guerra civil en varias naciones del cono africano durante los años noventa, la inefectividad de las fuerzas multinacionales para frenar las matanzas brutales y las limpiezas étnicas que tenían lugar entonces.

Diamante de sangre es, en parte, otro acercamiento a esa realidad tercermundista. La historia se ubica en 1999, prácticamente al final de los ocho años que duró el enfrentamiento entre el gobierno de Sierra Leona y los rebeldes del Frente Unido Revolucionario (FUR). Con el aval de la ONU que se ha sumado a la promoción del filme, el director Edward Zwick nos permite echar un vistazo a la indefensión en la que se encontraba la población civil frente a los embates del FUR, el reclutamiento forzado de niños a gran escala y la mutilación de civiles como marca característica de la guerra.

En ese contexto se inserta la historia de Danny Archer (Leonardo DiCaprio), un traficante de piedras que se beneficia enormemente de la esclavitud de comunidades enteras a manos de los señores de la guerra que buscan diamantes para financiarse. Archer se topa casi por casualidad con Solomon Vandy (Djimon Hounsou), uno de esos rehenes, quien ve en el hallazgo de un piedra enorme el pasaporte de salida para él y los suyos. Esa circunstancia es suficiente para unirlos durante el resto del relato.

La cinta está revestida de secuencias de acción formidablemente realizadas que además trabajan espléndidamente a favor de la historia. Ésta, empero, pierde fuerza con la aparición de una reportera estadounidense (Jennifer Connelly, siempre muy bien), quien se pega a los protagonistas como un tercer par de ojos de los acontecimientos, pero que se convierte en una suerte de vocecita molesta, más bien regañona y pontificadora, como si la suya fuera una labor que por sí misma le hace un enorme favor al mundo.

DiCaprio hace un trabajo notable, de mucho esfuerzo dado el problema que significa sonar como un nativo sudafricano; su Danny Archer no carece de cierta ambigüedad moral, pero uno no deja de pensar que el carácter del personaje resulta traicionado por un guion que intenta redimirlo de su pasado casi de mercenario.

El mensaje social que intenta introducir el filme se siente poco sólido, más elaborado desde lo que un político o un activista diría, y no tanto desde el drama de quien se encuentra dentro. Creo que esta idea crítica de cómo los intereses de empresas trasnacionales se benefician de las grandes tragedias de los países pobres fue mejor lograda en El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005).

Pese a todo, no puede dejar de reconocerse la emotividad que los actores imprimen a varias secuencias como el reencuentro entre Vandy y su esposa, o el último diálogo entre Connelly y DiCaprio. Diamante de sangre vale, pues, como un producto bienintencionado y entretenido tanto como por sus actuaciones y por provocar que uno vaya a los libros en busca de la historia moderna de Sierra Leona.

 

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