DEJANDO NEVERLAND

DIRECCIÓN: Dan Reed
TÍTULO ORIGINAL: Leaving Neverland (2019)
PAÍS: Reino Unido
FOTOGRAFÍA: Dan Reed
MÚSICA: Chad Hobson
DURAC IÓN: 240 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Preparen su estómago. Las primeras dos horas del documental Dejando Neverland (Leaving Neverland), del realizador inglés Dan Reed, hace más que retomar el tema de las acusaciones de abuso sexual de menores supuestamente cometido por Michael Jackson. Esta pieza va más profundo que cualquier otro trabajo y lo hace real a través de los testimonios de Wade Robson y Jimmy Safechuck, hoy convertidos en adultos, quienes durante años compartieron la cama con el Rey del Pop.

Dotada de una dureza inusual, combinando abundante material de archivo, imágenes y audios inéditos, además de los testimonios de muchos de los involucrados, esta pieza comienza por narrar la historia del sueño hecho realidad: la posibilidad no sólo de conocer a la mayor estrella musical de tu tiempo, justo cuando se encuentra en la cima de su éxito y de su genio creativo, sino de entrar en su mundo y volverte su mejor amigo.

Jackson nos es descrito como un adulto con el alma de un niño de nueve años, atento, amable, bondadoso y afectuoso como pocos, pero también un ser solitario y sin amigos, lo que en principio explicaba su entusiasmo por el hecho de tener un nuevo compañero de juegos y una familia que, de hecho, lo adoptaba como un miembro más de la misma. Pero pronto, los relatos van dejando ver poco a poco el torvo rostro de la estrella.

Robson y Safechuck se vuelven más crudos y gráficos en el lenguaje que requieren para describir los eventos que ocurrieron en sus años de relación con su ídolo. La infatuación de ellos con Michael Jackson y viceversa daba pie a que éste les hiciera llamadas telefónicas diarias que duraban horas y a tener inusuales e incontinentes expresiones de afecto que les hacía sentir especiales. Las atenciones, las constantes invitaciones a sus giras y el lujo que experimentaban con el artista hizo a los padres de estos niños bajar la guardia por completo hasta permitir que sus pequeños durmieran en la misma habitación que Michael.

Esto abriría la puerta al abuso, que cada vez iría más y más lejos, pero que hacía a los pequeños sentirse cada vez más cerca de él, al punto en que aceptaron celebrar ceremonias en las que intercambiaban votos y recibían un anillo de Jackson, quien aprovechaba para aislarlos aun más del mundo y de sus familias, chantajearlos sentimentalmente, adoctrinarlos en contra de sus padres y, especialmente, expresarse de manera muy desagradable acerca de las mujeres.

Dan Reed evita al máximo que Dejando Neverland sea nada más que una aproximación sensacionalista a los apetitos de este hombre mitificado. La dimensión humana la aportan las víctimas, quienes narran su experiencia con un alto grado de detalle que dota de credibilidad al filme y lo vuelven una denuncia de graves hechos criminales frente a los que es difícil no sentir una fuerte aversión.

El trabajo, sin embargo, no tiene como fin último establecer la culpabilidad de Michael Jackson y lograr una victoria que las víctimas no pudieron obtener en tribunales cuando éste aún vivía. La línea argumentativa expone en términos generales la forma en que actúan los predadores sexuales, usando su ascendencia, su posición de poder o de privilegio para ganarse la confianza de la familia de los niños, manipulándolos hasta inhibir el juicio crítico y el sentido común de la mayoría, lo que les facilita conseguir su silencio y hacer de la secrecía y la lealtad cómplice el principal motor de sus delitos.

Entrar a Neverland era, como en la historia de Peter Pan, el símil perfecto de negarse a crecer. Para los protagonistas de este relato, víctimas de abuso infantil, dejar esa tierra, madurar y quitarse la venda de los ojos, llevó demasiado tiempo, porque cuando al fin lo hicieron su existencia se sacudió y un dolor profundo personal al que no es fácil sobrevivir comenzó a acompañarlos para no dejarlos nunca.

 
 
 
 

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