LOS CUATRO FANTÁSTICOS

DIRECCIÓN: Tim Story
TÍTULO ORIGINAL: Fantastic Four (2005)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Mark Frost, Michael France; basado en los personajes creados por Stan Lee y Jack Kirby
FOTOGRAFÍA: Oliver Wood
MÚSICA: John Ottman
DURACIÓN: 106 minutos

 
       

Julio A. Quijano Flores

Los niños de mi generación nunca quisieron ser bomberos ni policías y mucho menos carteros; querían ser superhéroes gringos. Por ejemplo, los niños más violentos se creían Hulk y hasta gruñían antes de empezar a soltar madrazos o voltear el escritorio de la maestra.

Pero la mayoría se amarraba el suéter al cuello para aventarse desde el techo mientras apuntaba al horizonte con el puño derecho. O sea que querían ser Superman, inspirados, por supuesto, en la serie de películas filmadas por Richard Donner y con Christopher Reeve en el papel del superhéroe originario de Kriptón.

Claro, para los niños de la actual generación, el Superman de Donner parece más bien un ñoño antipático y demasiado colorido. Pero la industria, preocupada siempre por renovar las fantasías de los niños (y el dinero que eso implica) ha producido el Batman de Tim Burton en los noventa y El Hombre Araña de Sam Raimi a principios de siglo.

En ese contexto aparecen Los 4 Fantásticos. Su origen fue renovado, lo que benefició sobre todo al malvado Doctor Doom; los efectos son realistas, lo que benefició sobre todo al Señor Elástico, y la moral se relajó, lo que benefició sobre todo a los fans de Jessica Alba, quien se desnuda cada vez que se hace invisible (por si fuera poco, al principio no controla sus poderes y se queda a la mitad de ambas cosas: medio invisible y medio desnuda).

El director Tim Story no reparó tampoco en ese pudor político que invadió las conciencias de los cineastas luego del 11-S. Así que otra vez vemos a Manhattan en llamas, sus calles destrozadas y sus taxis amarillos volcados en la planta baja de prestigiosas joyerías.

El edificio Chrysler aparece como referencia constante a una Nueva York contemporánea que conserva incluso sus banderolas que la promueven para los Juegos Olímpicos de 2010. Otro de esos rascacielos es la sede de la empresa del doctor Víctor Von Doom, científico que cotiza los descubrimientos de sus laboratorios en la bolsa de valores.

Su contraparte es el doctor Reed Richards, excompañero de la universidad, idealista que piensa en la posibilidad de que la ciencia puede crear un mejor mundo. Susan Storm es el último (y sensual) vértice de este triángulo. Fue novia de Richards, pero lo abandonó porque —obvio— él tenía mucho miedo al compromiso. Ahora Susan trabaja para Doom, igual que su hermano Johnatan Lowell Storm.

Reeds busca apoyo financiero para una expedición a una estación espacial. La NASA lo rechaza y así llega a la oficina de Doom. En principio, uno no entiende la tensión entre ellos: aunque uno es rico y el otro pobre, uno mercantilista y el otro idealista, ambos son científicos, excompañeros de universidad con objetivos en común.

Entonces aparece Susan. Luego camina. Finalmente la cámara apunta hacia su escote. Los ojos de Reed se llenan de nostalgia y los de Doom de resentimiento. A pesar de la tensión, acuerdan realizar la expedición, pero una vez instalados en el universo los cálculos de Reed resultan fallidos y una nube cósmica los golpea.

La película no explica cómo, pero todos regresan a la Tierra (supongo que igual que Homero Simpson durante su accidente en la planta nuclear, el director no quiso abrumarnos con aburridas explicaciones de cómo salvaron la vida). Entonces se dan cuenta de que su ADN fue modificado en distintas formas: Reed se estira, Johnny se incendia, Susan se hace invisible, Bejamin se hace de piedra y Víctor se metaliza. A partir de entonces Reed intenta volverlos a la normalidad mientras Víctor se regodea en sus nuevos superpoderes a pesar de que su empresa cae en la bancarrota.

La batalla final es trepidante: los cuatro fantásticos apenas y pueden contener el enorme poder del Doctor Doom y por supuesto, la última secuencia es la primera de la segunda parte.

Aparecen los créditos finales y la gente sale del cine. Algunos con ganas de ser la antorcha humana (irreverente y a gusto con ser una celebridad) y otros como el hombre elástico (ecuánime y marido de Susan). Por supuesto, igual que en mi generación, no faltara el niño que quiera ser como la Mole: ¿a poco no sería chido destrozar traileres y rebotar balas? (bueno, en mi generación se decía chido).

 
 
 

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