CRUZADA

DIRECCIÓN: Ridley Scott
TÍTULO ORIGINAL: Kingdom of Heaven (2005)
PAÍS: Estados Unidos, España, Reino Unido
GUION: William Monahan
FOTOGRAFIA: John Mathieson
MÚSICA: Harry Gregson-Williams, Stephen Barton
DURACIÓN: 144 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hay algo en Cruzada de Ridley Scott que produce una extraña sensación de decepción. Esta película, cuyo título en inglés —El reino de los cielos— refleja mejor el espíritu de la historia, carece, creo, de un elemento importantísimo: convicción.

Fuera de timing, contaminada por el ambiente político actual, y una ocupación iraquí a manos de Estados Unidos que tiene toda la facha de una avanzada contra el mundo musulmán, Scott inicia su aventura con un terrible temor a la crítica y se queda dentro de los márgenes de lo “políticamente correcto”.

La historia, una mezcla de ficción y hechos históricos, comienza el año de 1186, apenas un par de años antes de la tercera cruzada de la cristiandad contra el Islam, con el viaje a Francia de Godfrey de Ibelin (Liam Neeson), quien va en busca de Balian (Orlando Bloom), un hijo bastardo, a quien ha decidido reconocer como parte de su linaje y entregarle en Jerusalén la heredad que le corresponde. El joven resuelve viajar, no en busca de los bienes que le ofrece su padre, sino en busca del perdón para sí mismo y para su esposa, quien se quitó la vida tras perder a su hijo.

Sin embargo, Balian tendrá que asumir el lugar de su padre como fiel caballero al servicio del sabio y cristiano rey leproso Balduino IV, y encabezar la defensa de la ciudad sagrada, una vez rota la paz con los musulmanes.

En lo particular, desconfío de los manifiestos a no ser que vengan respaldados de una gran historia. El discurso del entendimiento entre culturas diferentes y la convivencia pacífica entre éstas suena tan vacío y sin significado como endilgarle el título de “nuestros hermanos” a todos aquellos que mueren en un tsunami, aunque nadie sepa qué es un tsunami.

El valor de esta cinta —si queremos rescatar lo positivo— está en los valores individuales de sus personajes, no en los colectivos. Si el rey leproso —estupendamente interpretado por Edward Norton, aunque nunca le veamos la cara— despunta, no es por su grandilocuencia, sino por un código ético personalísimo que más allá de compartirlo o no, suena verosímil.

Innegablemente, Cruzada se distingue por tener a un grupo de grandes actores yendo y viniendo en papeles pequeños, manteniendo a flote la historia. El problema es que sin dejar de ser espectacular, la película se vuelve completamente acrítica en su dimensión global; la brutalidad de la guerra se ve opacada por la magnitud abstracta de los combates, las montañas de muertos y los accesos obstruidos por cadáveres son mera escenografía en la batalla personal del protagonista.

El cuestionamiento moral por el baño de sangre es endeble y poco profundo. Es una mentira decir que el filme ha incomodado a ciertos sectores; no es cierto que alguien pueda sentirse insultado cuando en pantalla desaparece el asqueroso fanatismo y sólo nos muestran a los caballeros gallardos que luchan con conciencia de causa.

El filme vale la pena y creo que eso no debe malentenderse. Me parece sumamente generoso que actores de gran peso desempeñen grandes papeles, aunque su tiempo en pantalla no sea al que están acostumbrados. Pasa simplemente que a Cruzada le faltó cinismo para mostrarnos a los hijos de puta de la masacre, y ése es su mayor pecado: la medianía.

 
 
 
       

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