LA CONQUISTA DEL HONOR

DIRECCIÓN: Clint Eastwood
TÍTULO ORIGINAL: Flags of Our Fathers (2006)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: William Broyles Jr., Paul Haggis; basado en el libro de James Bradley y Ron Powers
FOTOGRAFÍA: Tom Stern
MÚSICA: Clint Eastwood
DURACIÓN: 135 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

De manera simultánea, durante 2006, Clint Eastwood filmó La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, un díptico sobre la batalla entre Estados Unidos y Japón por el control de la isla de Iwo Jima, durante la guerra en el Pacífico, muy cerca del final de la II Guerra Mundial.

En la primera de éstas, Eastwood tiene una película verdaderamente buena, fuerte por lo que decide hacer contra un icono de la historia moderna norteamericana, pero algo redundante, algo larga y además fallidamente aleccionadora.

Es difícil pensar que el trabajo no tiene liga alguna con el momento actual, en el cual, desde la Casa Blanca se elabora toda clase de argumentos sobre la necesidad de una guerra. La conquista del honor recoge uno de los momentos más emblemáticos del periodo posterior al ataque a Pearl Harbor: el instante en que Joe Rosenthal tomó la legendaria fotografía en la que cinco soldados y un marine izan la bandera norteamericana en lo alto del monte Suribachi, en esa pequeña isla japonesa.

Sobre esa estampa, que para los estadounidenses siempre ha entrañado el triunfo de la voluntad en medio de la adversidad (y que más tarde sería reproducida y erigida como un monumento de bronce y piedra), Eastwood se lanza con maza y cincel. Lejos de la idea arraigada en el ideario colectivo, el momento es apenas el inicio de un infierno de 35 días en el que morirían unos 18 mil japoneses y 6 mil 821 americanos.

Evidentemente asesorado por Steven Spielberg, el director recrea en las arenas negras de Islandia (con notable verosimilitud, además) los cruentos combates por el control de la posición militar enclavada en un suelo volcánico que ofrecía todas las dificultades y ninguna ventaja. Las escenas que van quedando en los túneles ocupados por japoneses y las posiciones occidentales voladas por granadas son crudas, pero justas para dejar una perfecta idea de la absurda cantidad de muertos que quedaron en un pedazo tan pequeño de tierra.

El relato brinca un poco en el futuro para mostrar cómo tres de los "izadores de la bandera" son sacados del combate, enviados a casa y convertidos en un producto de consumo para las multitudes ávidas de experiencias patrioteras y dispuestas a dar dinero por ver a los "héroes", lo cual, de paso, serviría para financiar la guerra que otros peleaban.

Hay un hecho fundamental que se señala constantemente: los hombres de la famosa fotografía dan la espalda en todo momento a la cámara, lo que los hace reemplazables. Es ahí donde la frase "la foto correcta puede ganar o perder una guerra", toma significado. Es decir, aquella no fue la única imagen tomada aquel día, pero fue la que sirvió a los intereses de la nación.

De ahí los dos dilemas morales que el guion plantea. El de los soldados llamados a cumplir un "deber patriótico", presentándose ante multitudes, mientras los amigos mueren en combate, y las razones de Estado que obligan a disfrazar algunas verdades en aras de hacer despertar a sus ciudadanos y pagar por la comodidad de tener a otros peleando en su nombre.

Amen de reiterar demasiado sobre esas dos ideas, el guion intenta manejar con gran dificultad un tercer frente; con menos convicción, brinca al presente para mostrar a los viejos héroes y perderse en un innecesario discurso sobre el deber ser y una crítica sobre cómo el sacrificio de miles es transformado en objeto de mercadería. Ahí, la cinta se la va a Clint Eastwood.

A la espera del estreno de Cartas desde Iwo Jima, el balance de esta primera aproximación a este pasaje histórico es moderadamente favorable. Nada impresionante en el cuadro actoral, pero con la marca de un realizador sumamente consistente.

 
 
 
 
       

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