CLOUD ATLAS

DIRECCIÓN: Tom Tykwer, Andy Wachowski, Lana Wachowski
TÍTULO ORIGINAL: Cloud Atlas (2012)
PAÍS: Alemania, Estados Unidos, Hong Kong, Singapur
GUION: Lana Wachowski, Andy Wachowski, Tom Tykwer; basado en la novela de David Mitchell
FOTOGRAFÍA: Frank Griebe, John Toll
MÚSICA: Reinhold Heil, Johnny Klimek, Tom Tykwer
DURACIÓN: 172 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Peter Travers decía que al filmar Cloud Atlas, los hermanos Andy y Lana Wachowski habían asumido junto con Tom Tykwer una tarea imposible y que la adaptación de la novela de David Mitchell era una batalla cuesta arriba. La película, es cierto, es un reto narrativo, un ejercicio de cine que, pese a todo su empeño y sus tres horas de duración, no cuenta realmente nada que de forma individual resulte interesante.

Se trata de seis historias que tienen lugar en distintos puntos del planeta, entre los años 1849 y 2346. Todas parecen tener un hilo conductor que es la libertad, la resistencia al poder abusivo y la ruptura con viejos esquemas. Las historias son interpretadas por un reparto de diez actores que se travisten y transforman radicalmente sus características raciales para desempeñar un rol distinto en cada relato.

Sin embargo, no hay un desarrollo cronológico de los acontecimientos, sino que cada segmento va cruzándose con el otro, trazando pararelismos entre personajes y trayectorias, construyendo un discurso central sobre la trascendencia, la vida después de la muerte, los diversos caminos que nos conectan en el pasado y el futuro con otros.

En Cloud Atlas —igual que antes en V de Venganza— hay también una suerte de declaración política de sus directores, quienes se apropian del discurso de Aleksandr Solzhenitsyn para hablar sobre el autoritarismo, al mismo tiempo que se acercan desde un punto de vista casi religioso a la ingrata labor de intentar cambiar el mundo, con todo el repudio que generalmente se exponen a sufrir quienes alteran el "orden natural" de las cosas.

Estamos pues ante una pieza ambiciosa, una cinta cuyo mayor problema reside en su abultado metraje, aligerado apenas por el inevitable juego de descubrir quién se esconde tras cada uno de los disfraces que adoptan los intérpretes.

El tono emotivo que acompaña las últimas imágenes de este relato, encuentra su única fuerza en la belleza de algunos momentos. Las seis partes de este mosaico acusan un pobre trabajo en su tejido y falta de un mayor desarrollo dramático y de personajes, pero extrañamente el conjunto no carece de méritos. Hemos visto, ni más ni menos, la película que sus realizadores querían entregarnos (con todo y una escena en la que un crítico es arrojado desde la parte alta de un edificio por una mala reseña); las lecturas serán tan diversas como las de las personas que creen ver desgracias y venturas en las nubes.

 
 
 
 
  

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