PRIVATE #61: CLEOPATRA

DIRECCIÓN: Antonio Adamo
TÍTULO ORIGINAL: Private #61: Cleopatra (2003)
PAÍS: Suecia
GUION: Barbara Brown
FOTOGRAFIA: Antonio Adamo
MÚSICA: Oreste Fiengo
DURACIÓN: 103 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Héctor Campio López| @campiolopez

Corre el año 51 A.C. y en el interior de su palacio egipcio, Cleopatra recibe buenos presagios por parte de su sacerdotisa: Julio César ha dejado Roma para embarcarse a Egipto y encontrarse con la reina del desierto. El encuentro entre los amantes se da en la escena siguiente, cuando vemos un navío romano que surca el Mediterráneo e inferimos que ahí viene el enamorado.

Es el comienzo de la producción más publicitada en video del sello porno Private. Cleopatra, en su versión sexual, como la película de la 20th Century Fox estrenada en 1963, nos ubica en escenarios que emulan la exuberante elegancia faraónica. Julia Taylor, su protagonista estelar, reposa sobre las rosadas sedas de una cama king size, rodeada de vaporosos velos y coronada por un discreto tocado sobre sus hermosos cabellos negros de flequillo recortado.

Mucho preludio para lo que el director Antonio Adamo hace después. Porque Julia Taylor, que tiene la cara y el cuerpo de una virgen, abre las compuertas de su intimidad a las voraces papilas gustativas del César. Pero es una fascinación engañosa, porque de rato en rato se olvida de su trabajo y le echa unas miradas a la cámara, que uno ya no sabe si lo está invitando a uno a compartir el lecho o es una de esas mujeres egipcias que fingen los orgasmos.

Poco después compruebo que su descortesía a Julio César no es mi imaginación, porque en la escena en que ella le amalaba el noema, seguía mirando a la cámara, importándole poco la concentración del emperador para mantener su virilidad apegada al estilo corintio.

A los doce minutos no cabe duda de que Cleopatra es una mujer de hielo que no aprecia los oficios del militar (a quien sólo le vimos la cara una vez al principio de la película), porque todas sus muecas son iguales, así esté de a cucharita o como si cabalgase en las dunas del Sahara.

El director Adamo hace lo mejor que puede para sobrellevar la historia. Octavio se enoja porque su general ha traicionado a su esposa Agripa con otra mujer, pero decide olvidar el asunto cuando la sacerdotisa le incita a comer del pan de su cuerpo sobre unos lustrosos mármoles blancos. Es curioso que entre egipcias y romanos la elasticidad les sirva exactamente para la misma rutina de posturas.

Cleopatra no está exenta de humor involuntario. Mientras disfruta de una sesión con su masajista, pide a Julio César que copule con sus esclavas para ver cómo las disfruta. Más resignado que fingido, el soberano invade los territorios esclavos hasta decantarse en ellos. (Cleopatra no deja de hacerle ojitos a la cámara).

Hay que decir que incluso los episodios orgiásticos se caracterizan por el poco entusiasmo y creatividad de los concursantes. Ni hablar del director, que no aprovecha la impresionante belleza de actrices como Rita Faltoyano y Sandra Russo, ni en su expresividad, ni en la variación de sus tomas para un lucimiento que sólo se alcanza a adivinar.

Hay desde luego vestuarios dignos de Ben Hur y utilería que parece sacada del museo de Louvre, pero aunque se diga que hubo locaciones en Egipto, la sospecha de que allá sólo se fueron de vacaciones, parece más cercana a la realidad, al verificar que todas las escenas ocurren en el interior de las pirámides o del Partenón, que para este caso es lo mismo. Una película poco estimulante.

 

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