CERO Y VAN CUATRO

DIRECCIÓN: Alejandro Gamboa, Antonio Serrano, Carlos Carrera, Fernando Sariñana
TÍTULO ORIGINAL: Cero y van cuatro (2004)
PAÍS: México
GUION: Antonio Armonía
FOTOGRAFÍA: Chava Cartas, Andrés León Becker
MÚSICA: Santiago Ojeda, Alvaro Ruiz, Rodrigo Barberá, Juan Cristóbal Pérez Grobet
DURACIÓN: 92 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Responsabilizar a un solo elemento por los errores de un trabajo conjunto, puede parecer una descalificación que se hace en lo personal, pero es claro, después de revisar Cero y van cuatro, que aun con lo inevitablemente dispareja que podía resultar una cinta con cuatro directores, ésta se derrumba por completo en su último cuarto, justo cuando Fernando Sariñana toma el mando.

Con un guion escrito en su totalidad por Antonio Armonía, Cero y van cuatro es un filme dividido en cuatro episodios: “El torzón”, de Alejandro Gamboa; “Vida exprés”, de Antonio Serrano; “Barbacoa de chivo”, de Carlos Carrera, y “Comida para perros”, de Sariñana. Entre ellos, lo mejor se encuentra en el medio de la película.

Sin ser realmente original en su planteamiento y recurriendo a clichés propios de la situación recreada, el primer segmento se ocupa de dos jóvenes que conversan en el interior de un auto, mientras fuman marihuana, al tiempo que son descubiertos por un agente judicial que los extorsiona para dejarlos en libertad. Nada formidable, pero se deja ver. Para el segundo cuarto, la cinta levanta, quizá porque el tono cambia. Jorge, un tipo joven, atlético, bueno para nada, tiene que hacer frente al secuestro de su esposa, una mujer obesa, dueña de una constructora. Acostumbrado a gastar más de lo que gana, a costas de su mujer, el hombre va mostrándose a los ojos de su hija como un vividor y un inútil.

Lo que a continuación viene es una sorpresa. “Barbacoa de chivo” cuenta con dos buenas actuaciones de Silverio Palacios y Alma Rhada como una pareja en la miseria, con una pequeña de siete años de edad, enferma de cáncer, lo que obliga al primero a robar. El corto combina un drama profundo y creíble, con una farsa inteligente que se inicia cuando una turba, incitada por un sacerdote, intenta linchar a quien creen que ha robado una figura de la Virgen del templo.

El guión es inusualmente valiente. Palacios aparece en el interior de una iglesia, mientras suelta frases durísimas contra Dios. En contraste, hay diálogos como el de un par de beatas a quienes su piedad cristiana las lleva a pronunciar una frase memorable, mientras la chusma intenta colgar vivo al presunto ladrón: “Ya cuélguenlo, pobrecito. No lo hagan sufrir más”.

Justamente por ello, por el nivel que alcanza la historia de Carrera, es que el último tramo de la cinta parece tan pobre, tan chabacano. Fiel a su costumbre de hacer un cine clasemediero pretendidamente cotidiano, Fernando Sariñana nos cuenta una situación improbable, un asalto a un restaurante en el que aparece buena parte del elenco de las tres historias anteriores, de modo que todo se reduce a gastadísimos gags como que marido y mujer se encuentren en el lugar con sus respectivos affaires o que todos terminen peleando sin hacer caso al asaltante. Si además se tiene a Ana Cioccheti y Martha Cristiana en el reparto, el guión prescribe déjalas en ropa interior y hacerlas decir altisonancias para que aquello parezca muy audaz.

Buena parte del metraje de Cero y van cuatro puede ser contado entre lo más meritorio del cine mexicano de 2004, pero también permite corroborar que Sariñana se ha concentrado en ser un buen vendedor de boletos, pero no en ser un buen director.

 

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