MI CENA CON HERVÉ

DIRECCIÓN: Sacha Gervasi
TÍTULO ORIGINAL: My Dinner with Hervé (2018)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Sacha Gervasi, Sean Macaulay
FOTOGRAFÍA: Maryse Alberti
MÚSICA: David Norland
DURACIÓN: 110 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Es 1993 y el inexperto reportero británico Danny Tate (Jamie Dornan) es enviado a Estados Unidos para entrevistar al escritor y ensayista Gore Vidal, además de recibir una asignación menor de su editora: una entrevista breve y graciosa con Hervé  Villechaize, actor en decadencia, de 1.22 metros, conocido por su papel de Tatoo, el coestelar de La Isla de la Fantasía a finales de los setenta y principios de los ochenta.

La vida del periodista es un desastre gracias al alcohol y el esfuerzo en mantenerse sobrio es algo que ocupa su mente todo el tiempo. Villechaize se sabe menospreciado y de antemano sabe que el encuentro es un trámite, que Tate tiene ya en la cabeza el texto que redactará, pues es fácil asumir que un enano al que ya nadie quiere escuchar no tiene nada interesante qué decir, cuando además es obvio que la suya no es una de las grandes historias de Hollywood.

Sin embargo, Peter Dinklage que sólo pareciera tener en común con Villechaize la talla, se apropia de su tono y sus gestos (hay quien asegura que éste es la mejor interpretación de su carrera) para mostrar el rostro menos amable del hombrecillo que en televisión era anfitrión de un paraíso hawaiano al que la gente acudía para hacer realidad sus sueños.

Su personaje es un Ícaro que tuvo la osadía de volar cada vez más alto, que se acercó tanto al sol que se derritió la cera que sujetaba las plumas de sus alas, precipitándose a las profundidades. En su entrevista con el periodista, el actor describe de manera peculiar los seis años que vivió en la cumbre: “Ser famoso es como estar ebrio, salvo que todo el mundo está ebrio contigo”.

La cinta de Sacha Gervasi, sin embargo, muestra el dolor de la resaca y la soledad en que se vive la sobriedad.

Pareciera que en la larga noche que entrevistador y entrevistado pasan juntos en Mi cena con Hervé, ambos buscan redimirse. Pero no. Se trata de un encuentro de confesiones de dos seres tristes, uno de los cuales (al fin y al cabo actor) es capaz de salpicar de alegría algunos episodios como su fallido matrimonio, su despido de la popular serie televisiva o incluso su adicción a las drogas, pero no puede ocultar el sentimiento de derrota cuando la gente que le reconoce no quiere nada más de él que ver ese cliché que gritaba “¡El avión! ¡El avión!”

 
 
 
 
       

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