CASA DE MI PADRE

DIRECCIÓN: Matt Piedmont
TÍTULO ORIGINAL: Casa de mi padre (2011)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Andrew Steele
FOTOGRAFÍA: Ramsey Nickell
MÚSICA: Andrew Feltenstein, John Nau
DURACIÓN: 84 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Errores de continuidad, escenarios de cartón piedra, anacronismos imperdonables, diálogos ridículos de melodrama televisivo. Casa de mi padre es por todo lo anterior un desmadroso narco western que parodia/homenajea y recrea el discurso amoroso de las telenovelas mexicanas, pero que también recuerda una vieja cinta de gavilleros en la que el noble y valiente protagonista no sólo se impone a la muerte, sino que sale a su encuentro.

Escrita y dirigida por dos viejos guionistas de Saturday Noght Live, la película resulta ser un inofensivo sketch de larga duración en el que Will Ferrell interpreta a Armando Álvarez, un mexicano que se enamora imprudentemente de la prometida de su hermano Raúl (Diego Luna), quien regresa a la casa paterna después de haber hecho una fortuna considerable, pero quien también trae consigo la deshonra a la familia, pues su éxito parece ser producto de actividades ilegales que le han ganado la enemistad de La Onza (Gael García Bernal) un poderoso capo de la droga.

Hablada en español casi en su totalidad, la gracia de Casa de mi padre radica en sus desbordadas frases de pasión, dignas de la peor televisión, y su pretendida manufactura de tres pesos que echa mano de maquetas, escenas en carretera filmadas con back projection y el uso de maniquíes como extras o como dobles de acción. Los despropósitos campean; de pronto, Las Mañanitas suenan en un bar cual bravía canción ranchera y las mujeres visten como majas españolas igual que en una caricatura de Speedy Gonzalez.

La trama es de una simpleza supina, pero tiene momentos a tal grado absurdos que llegan a ser notables en comparación con el pobre resultado alcanzado en Salvando al soldado Pérez, un fracaso que pretendía ser una comedia brillante elaborada a partir de una premisa disparatada. La escena erótica del filme, la revelación mística que experimenta el héroe y el mensaje del director admitiendo que no pudo domesticar a una manada de chacales, son probablemente tres de los momentos más culposamente divertidos en este relajo de estética retro y colores desteñidos.

Como en toda cinta mexicana de bajo presupuesto que se respete, en Casa de mi padre también se da uno de esos momentos en los que el protagonista tiene un arrebato de lírica desbordada y canta sobre su amor al campo y su vida simple. Armando Álvarez lo hace y, como suele pasar, uno no sabe de dónde salen los instrumentos ni la musica orquestada. No importa si la letra tiene algún sentido, si las frases tienen relación entre sí; el momento es una pachanga, como toda la película.

Finalmente, y para no negar la naturaleza del bodrio que intentan presentar, Ferrell y sus amigos se reservan para el último las escenas de acción en las que se gastan el 80 por ciento del presupuesto de filmación. La cinta es tan mala que hasta buena es.

 
 
 
 
  

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