CARTAS DESDE IWO JIMA

DIRECCIÓN: Clint Eastwood
TÍTULO ORIGINAL: Letters from Iwo Jima (2006)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Iris Yamashita, Paul Haggis, basados en el libro Picture letters from commander in chief, de Tadamichi Kuribayashi
FOTOGRAFÍA: Tom Stern
MÚSICA: Kyle Eastwood, Michael Stevens
DURACIÓN: 141 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Cuando Clint Eastwood explicó por qué su visión de la batalla de Iwo Jima requirió la filmación de dos cintas diferentes (La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima), la idea no pudo ser más simple y clara: "En las películas de guerra con las que crecí, había chicos buenos y malos. La vida no es así, y la guerra tampoco. Estos filmes no tratan sobre el triunfo o la derrota. Tratan sobre los efectos de esta guerra sobre los seres humanos".

Con ese pensamiento en la cabeza, el hombre duro de Hollywood no tiene, como se ha dicho, las dos versiones del conflicto en el Pacífico. Más bien tiene un retrato completo de la guerra y de lo relativo del valor de la palabra patria cuando se pelea una guerra con un final anunciado, a costa de 25 mil vidas. Verdaderamente notable para un republicano estadounidense.

No sin algunos excesos sentimentales, en Cartas desde Iwo Jima, Eastwood rescata la determinante participación del general Tadamichi Kuribayashi en ese tramo de la historia, y su fiera e inteligente defensa de esa pequeña isla (cuando la flota japonesa ya había sido hundida por completo en la batalla de las Marianas), demorando hasta el último segundo la entrada de las fuerzas americanas a su país.

El filme permite echar un vistazo al ingenio de Kuribayashi (Ken Watanabe), quien pese a su amistad con Estados Unidos —donde vivió durante años—, les regaló a sus tropas uno de los escenarios más espantosos de la guerra, construyendo una intrincada red de túneles ocultos bajo la tierra volcánica, lo que les permitía moverse como fantasmas bajo los pies de los enemigos y ocasionarles bajas verdaderamente dolorosas.

Además de ello, el relato enfatiza la situación de indefensión de los reclutas japoneses, quienes a diferencia de los soldados americanos, que sólo pensaban en salir vivos y volver a la vida normal, sabían que hacer planes para regresar no era una opción. Eastwood retrata la vida bajo tierra de un pequeño grupo que simplemente se mueve por la isla, combatiendo aun cuando las cadenas de mando no existen, y coloca sus vidas en perspectiva con las familias que dejaron atrás y a quienes escriben diariamente (sin importar que las cartas no lleguen), tratando de huir de la certeza de la derrota.

A diferencia de La conquista del honor que encontraba el horror en el combate a campo abierto de los americanos contra un adversario invisible, aquí nos enfrentamos a la estrechez de las catacumbas, la imposibilidad de huir a una granada o a un ataque con lanzallamas. Se conserva, en cambio, el paisaje plomizo, el sabor a tierra negra entre los dientes y la crueldad de las muertes a punta de bayoneta.

La ausencia del furor guerrero viene, sin embargo, aparejada de las convincentes actuaciones de un grupo de jóvenes japoneses y de Ken Watanabe, quizás la injusticia más grande en los premios Oscar de este año.

Algo que viene a ser un acierto en las cuatro horas y media que alcanza este díptico sobre Iwo Jima, es lo ajenos que se mantienen los adversarios entre sí durante el desarrollo de las dos historias, de modo que la conquista del monte Suribachi y el icónico izamiento de la bandera estadounidense en su cima es un acontecimiento que en esta segunda película se mira a kilómetros de distancia.

La idea de que la guerra destruye la inocencia de los hombres ha dejado de ser original hace tiempo. En contrario de La conquista del honor, que por momentos resultaba redundante y cansada, Cartas desde Iwo Jima es agónica y al mismo tiempo menos moral que aquella.

 
 
 
 
       

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