Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
En octubre de 2008, Joaquin Phoenix dio a conocer que abandonaría su carrera en el cine para dedicarse a la música e iniciar un proyecto personal como intérprete de hip-hop. El anuncio fue tomado con mucho escepticismo, pero no fue sino hasta que se le vio desaliñado, errático y ausente durante una entrevista en el show de David Letterman, en febrero de 2009, cuando el asunto empezó a ser tomado como algo más que una broma.
Con la complicidad de varias personas, principalmente del actor y director debutante Casey Affleck, Phoenix construyó un falso documental, cuya realización dependía de un factor importantísimo: mantenerse por meses en la representación de un personaje que además le exigía un comportamiento público desconcertante aun para muchos compañeros y amigos quienes, cautelosos, decidieron esperar hasta dónde llegaría la aparente determinación del actor de abandonar todo para poner todas sus energías en un despropósito.
El resultado de ese ejercicio de actuación se encuentra resumido en Aún sigo aquí, un trabajo disparejo que se propone explorar la fama y lo relativo que ésta puede resultar en un medio salvaje en el que siempre hay chacales esperando la caída de una celebridad. Phoenix, ni duda cabe, se compromete con su proyecto y se expone públicamente al escarnio de quienes, decepcionados, ven extinguirse a un buen actor mientras surge un mediocre y ordinario rimador.
Por momentos, el experimento parece ir abiertamente tras los pasos de la comedia provocativa y repelente de Andy Kaufman, pero sin generar emociones genuinas en un público que no logra ser engañado al grado de creerse que el personaje excéntrico en pantalla haya sido algo real.
No lo logra, acaso porque Joaquin Phoenix no parece tener en lo absoluto talento para la música y continuamente raya en la caricatura; de otra manera, tengan por seguro que su cinta sería memorable. El gran actor sí que está ahí. |