AMAR A MORIR

DIRECCIÓN: Fernando Lebrija
TÍTULO ORIGINAL: Amar a morir (2009)
PAÍS: México, Colombia
GUION: Fernando Lebrija, Harrison Reiner
FOTOGRAFIA: Masanobu Takayanagi
MÚSICA: Edward Rogers
DURACIÓN: 119 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Amar a morir es en general una cinta bien rodada, con una fotografía que queda al final como lo más destacable, pero en la que es imposible no notar un deficiente guion, su dimensión de melodrama poco autoexigente y su nulo trabajo en la dirección actoral.

Lo peor es que el problema parece haber sido advertido desde antes del estreno del filme por productores y distribuidores, quienes intentaron sorprender a incautos al festinar el premio como Mejor largometraje "en el marco de las actividades del Festival Internacional de Cine en Guadalajara", que no fue sino un reconocimiento de autoridades locales, fuera de toda competencia. Y es que sin menosprecio de los esfuerzos empeñados en su realización, la cinta exhibe demasiada simpleza en su línea argumental apenas revestida de diálogos estudiados, tan mentirosamente profundos y llenos de contenido que toda la naturalidad queda cancelada desde la primera escena.

La primera parte del filme es caricaturesca en su planteamiento clasista. Con una fortuna forjada al amparo de políticos corruptos y negocios sucios, Ricardo Vizcaíno (Sergio Jurado) intenta obligar a su hijo Alejandro (José María de Tavira) a casarse con la hija de los Corcuera, a quien él no ama. Vale decir que en el mundo del director Fernando Lebrija, los ricos son como uno espera: malos, infelices, usan cocaína, tratan a todos como indios y su dinero les da impunidad.

Tras un accidente, Alejandro aprovecha para huir de la ciudad y de ese mundo de mentiras (faltaba más) a bordo de su BMW, el cual sólo detiene hasta topar con un pueblo michoacano con el improbable nombre de Ocelotitlán donde, como buena fantasía chilanga, no sólo aprenderá de la honestidad y camaradería de los pobladores y los surfistas que paran en el lugar, sino que en escasos 20 minutos tendrá encandilada a una bonita e inocente muchacha local (se necesitan otros 20 para que estén dispuestos a morir el uno por el otro).

El guion tiene sus pocos momentos luminosos en esa locación; es ahí donde aparece El Tigre (Alberto Estrella), un narcotraficante local quien no sólo recibe el encomio de la Iglesia como benefactor del pueblo, sino que controla las actividades militares en la región como una autoridad de facto. Desgraciadamente, todo el romance,  acción, aventura y suspenso que presumen las notas de producción de la película y que deberían salir de este punto de inflexión en el relato, están montadas sobre un conjunto de despropósitos y obviedades.

Lo menos es revelar que el villano viste siempre de negro o que su jefe de sicarios está tuerto para acentuar su maldad; lo que no puede dejarse pasar es el infantilismo con el que se abordan cuestiones elementales de la historia. Primero, el amor, que se supone que es el centro y motor de todo, es rebajado a su más pobre expresión, y es que —al menos así parece plantearlo el guion— qué es el amor sino codiciar a una mujer a la que uno acaba de conocer, y tener una visión lo bastante distorsionada de la vida para pensar que a la delincuencia organizada se le vence con romanticismo.

Mientras eso pasa, de la nada se levanta la frase sentenciosa de una mujer que uno adivina que debe ser muy sabia, aunque viva de venderle alcohol a los turistas gringos."Ya era hora de que algo así pasara", se le escucha decirle al insensato pero envalentonado enamorado, como si los pueblos de Michoacán y Sinaloa (para no hablar de Tijuana y Ciudad Juárez) estuvieran esperando la llegada de un ejército de juniors a bordo de autos BMW para ser liberados del yugo del narcotráfico.

Romance, acción, aventura... y muy poco sentido común, añadiría yo.

 
 
 
 

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