Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Los amantes pasajeros sucede a bordo de un avión que vuela de Madrid a la Ciudad de México, aunque pronto nos damos cuenta que la nave en realidad no va a ningún lado. Debe pasar poco más de una hora para averiguar que la cinta en realidad tampoco va a ningún lado

Filmada casi en su totalidad en un foro ambientado como un Airbus 340 de la ficticia compañía Península, la cinta de Pedro Almodóvar es una comedia desenfrenada, aunque más propiamente es un sketch de larga duración que se alimenta y se agota en el potencial cómico que ofrece un grupo variopinto y excéntrico de pasajeros y los miembros de la tripulación.

Como el propio director admite, Los amantes pasajeros es en toda la línea una celebración de lo gay. Esta vez no se trata del hombre que mira con velado deseo a otro que le gusta, sino de tres extravagantes miembros del personal de vuelo (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) que tienen su gran momento frente a los pasajeros de primera clase, ante quienes ejecutan “I'm so excited”, de las Pointer Sisters.

Sin embargo, aquí no hay historia. Más allá de las obviedades políticas (el avión como metáfora del desastre español) la película es la obra de alguien que tiene poco que decir. La improbable reunión de una vidente cuarentona y virgen (Lola Dueñas), un asesino a sueldo (José María Yazpik), una ex actriz y prostituta de lujo (Cecilia Roth) y un famoso empresario que huye de la justicia (José Luis Torrijo), entre otros, es un carnaval en el que todos muestran sus neurosis.

Más allá de algunas “audacias”, la verdad es que las situaciones, los personajes, el tiempo y el lugar, todo es intercambiable o prescindible en términos narrativos. La acción podría suceder en un banco o en un elevador sin que esto hiciera una diferencia. Esta vez, a Almodóvar el ingenio le alcanzó apenas para divertimento de fórmula y comedia televisiva.