Juan Carlos Romero Puga| @jcromero

Después de 25 años de casado con una exitosa diseñadora de moda (Laura Linney), Peter (Liam Neeson) descubre que durante largo tiempo ella ha mantenido comunicación de carácter íntimo con otro hombre (Antonio Banderas) a través de correos electrónicos. Más aún, encuentra que habría viajado a verlo varias veces con el pretexto de su trabajo. Furioso por su hallazgo, decide emprender una aventura y buscar al sujeto en cuestión para enfrentarlo.

Echando mano de una narrativa fracturada que va poniendo las piezas en su lugar, el director, Richard Eyre, plantea el encuentro y el eventual enfrentamiento entre los dos hombres como una partida de ajedrez, en la que uno de los dos mide las debilidades del otro, mientras alimenta su rencor antes de lanzar un último ataque.

El segundo de los tres actos que componen la película está ocupado enteramente por los protagonistas masculinos y acaso en éste descubriremos que Ralph, el personaje interpretado por Banderas, no es lo que pretende. Extrañamente, ella permanece ausente de la escena todo ese tiempo, no hay señal de su paradero, pero adonde sea que haya ido, no parece haberse llevado consigo su teléfono celular ni la laptop en la que guarda su trabajo.

Uno intuye que una vez establecida la situación, sobrevendrá algún evento decisivo en la historia, pero éste no llega. Con el marido y el amante frente a frente no queda más que esperar a que algo detone, pero Peter continúa jugando ajedrez con el amante de su esposa, sin razón aparente para prolongar su asecho, de modo que la película se mete a un callejón en el que ya no caben las sorpresas.

El único misterio que se mantiene hasta el final del filme es resuelto en un par de escenas anticlimáticas que pretenden constituirse en una vuelta de tuerca que trastoque todo el relato. Pero la verdad es que la cinta no logra despegar nunca en interés. Linney, Neeson y Banderas hacen lo que pueden con el proyecto, pero éste no logra estar a la altura de ninguno de los tres.